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Mostrando entradas de marzo, 2010

Rendiciones cotidianas

Hoy tengo ganas de dejarme caer, al vacío, a las sombras... no ha sido un día especialmente complicado, pero las circunstancias de mi vida no son las mejores. Cierto, no me puedo quejar. También cierto, tengo el regalo más hermoso del mundo: tú. Pero hay momentos en los que deseas que todo sea fácil, sereno, en paz. Si hay algo que he aprendido en mis veintitrés años de existencia es eso mismo, a vivir en paz. En un estado catatónico en el que simplemente ya no me duele ni siquiera la otra mejilla, los golpes me la resbalan y me encierro en una cárcel de piedra. Y ahí hay paz, lo juro. Ahí no puedes ni enfadarte con la vida, ni con la gente que te agrede, ni con las circunstancias... El problema es que me has tocado, me has hecho volver a la vida. ¿Y qué más da si de vez en cuando me pongo a sufrir por las esquinas? ¿Y qué le vamos a hacer si vivo en un pequeño melodrama? Si pierdo parte de mí, si recupero amaneceres nuevos. Y si...de acuerdo, ya no soy paz, ya no soy frío, soy de nuev
Compañera ¿Ves? me quitas el sueño... ¿Oyes? me das la inmensidad de la vida Con tu risa, con tu puedo y el anhelo De mis quieros. He jugado a ser la Luna Que busca el brillo del Sol. Pobre tonta, compañera, solo una Sabe ser el verbo amor. Loca suicida, he sido Aquello que persigue sombras Buscando fuera el camino Vagando y siguiendo las normas. Pero, ¿ves? tú sientes mis palabras En las encrucijadas de las miradas Que nos dimos en cada respiro Esos que nunca consigo. Que si hablar de tu piel, que si de tus besos Ay, compañera, no haré nada de eso Solo permaneceré en ese estado En esa rendición que has creado. Para tí mi ser entero.

A través del espejo

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Hoy me hundía en la miseria de la blanca silueta errante de Lorely. Le robe el nombre a una musa y ésta me abatió en la tristeza de tal manera que dejó entrar toda el agua de la Madre Tierra por mi ventana. Y ésta me traía reflejos de soledad, formas cambiantes que brotaban del fondo de mi ser más oscuro. Confusión. La señora de la noche también me puso frente a mis sombras, frente a mis rincones de desesperanza, de victimismo, de sentimientos derrotistas. Y miré el espejo que brillaba ante el fulgor de mis ojos en la noche, serena, tibia. Me dijo que la oscuridad no es sin la luz, que aunque no vea más allá de la tumba de desolación que me rodea, podré recibir fugazmente mi brillo reflejado en otros, fuera de mí. Estuve muchas noches fuera del tiempo, encerrada en mi cárcel de piedra, voluntariamente construida por mí misma. Mis manos sangraban al cerrar las puertas, pero ahí dentro todo es vacío, frialdad, protección y aislamiento. Desde ahí a veces se me olvidaba lo que era amar, la

Plenitud

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Agotadas, sin apenas haber dormido, ni comido, caminado toda la noche, las caminantes llegaron a la puerta del templo. Eran tan blanco y puro que asustaba. Se alzaba sobre la inmensidad de la noche, casi queriendo competir con las estrellas. Entre el cielo y el mar se alzó la puerta. No tenía todavía columnas. Así que las caminantes, exhaustas, con los pies sangrantes, se miraron a los ojos y acto seguido a la inmensidad del interior del templo. Se habían conocido en mitad del camino, entre encrucijadas. En realidad se habían buscado sin saberlo. Y al verse lloraron y rieron, pues el camino es tan solitario como un lobo sin manada. La más joven llevaba piedras en el corazón. Pesaban, le hacían recordar el dolor del pasado, pero aquellas piedras eran tan importantes que ya no eran dolor, sino luz. La más sabia le dio la mano, casi sin que la otra se enterara, porque en realidad era una mano tan conocida. Su piel podría haber cambiado, su pelo, su rostro, pero sus ojos estaban tan llenos