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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Entre páginas

Preludio en do menor Sofía se levantó temprano como cada mañana. Eran las 5:45. Hora en la que, según su madre, todavía no han puesto ni las calles. Eso a ella le daba lo mismo, era la misma hora a la que se levantaba cada día laborable. Los festivos y fines de semana se permitía que el despertador sonara a las 8:15. Se había vestido meticulosamente, ni muy formal, ni muy casual, con el punto justo de una arquitecta que tiene que proyectar en un despacho de una compañía más o menos importante. Se maquilló despacio, sin sombra de ojos, ni apenas colorete, solo un discreto rouge de labios, nada llamativo, una fina rayita marrón por encima del párpado y un poco de rímel. A juego con su falda marrón chocolate y sus zapatos de piel vuelta. La blusa, color crema. "Qué estúpido, ponerle nombre de repostería a un color... y yo llevándolo puesto" pensó Sofía a las 6:23, cuando, estaba perfectamente vestida y arreglada frente al espejo de su armario. Jan dormía plácidamente en su ha

Feliz partida y feliz reencuentro

Sé que sonríes, desde un lugar alejado de mí, sin saberte cerca, sin saber que me buscas, yo también te he buscado. Me registré de incógnito un par de veces por tus rincones, y ahora que veo que este desierto nunca estuvo tan árido ni tan desierto como pensé, me atrevo a decirte que el té de tu casa es el mejor del mundo. Ni por la miel de tu pueblo, ni por el agua que compras, solo por ser el tuyo. Y sonrío, cuando la vida da mil vueltas, cuando más feliz me siento, sobre mis letras de papel, ante la perspectiva de que la vida sea por fin más amable conmigo de lo que nunca ha sido, veo asomarse la luna desde mi pantalla cibernética. Se asoma y su cara es tan resplandeciente como oscura, con todas sus fases, al completo. Hoy veo volver las cartas sin respuesta, los dedos recorren el teclado para decir cosas que quedaron guardadas en un pequeño cofre de mi garganta. Ya no duelen las heridas, han cicatrizado poco a poco. He aprendido a ser fuerte y adulta, me levanto sobre mis piernas

See you at Victoria

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Y me engulle de nuevo la ciudad. Vuelve a retenerme como siempre lo hace, la gente me confunde entre sus habitantes, me preguntan las direcciones... la tarjeta de transporte deja de funcionarme a escasas horas de salir de Londres. Miro al cielo y es gris. Siempre gris. A veces sol, y casi siempre lluvia. Como siempre, las maletas de vuelta pesan más de lo habitual. Me armo de valor de nuevo: no tengo ni una sola libra en los bolsillos, ni cobertura en el movil, ni forma de llegar a la estación de Victoria que me llevaba de vuelta a casa.. ¿casa? bueno, sí, ese país en el que vivo habitualmente.  Y camino sola por esta ciudad que me ha dado la vida y me la ha quitado tantas veces, con el mismo presentimiento de hace unos años, de aquella noche de primavera en la que llegué a las mil (cuando todo allí está cerrado) y me vi en la calle sin lugar donde ir. "Otra vez, Londres me quiere comer" pensé con nostalgia. Pero si lo conseguí entonces, no voy a dejar que hoy, que tengo l

London, my baby!

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Te perdí, me dejaste marchar. Cogí el vuelo de vuelta con el vientre lleno de esperanzas. Hundida en la miseria más baja de mis noches oscuras, me perdiste. Dejé la nana a medio cantar, ahogada en el llanto de la puta soledad. Si bien puta, ya no duele, si bien una perra desgastada, aquello en lo que me convertí después de ti, aún todavía me buscas. Pues ya cansada, en mis días más claros, de ser la muñeca que se deja ultrajar, me convierto en la que sueñas, tras un velo de gasa. Me dibujo como plena en mis curvas, me planeo como un deseo de seducción, como la que soy y siempre fui. Llámame como quieras, meretriz, si te apetece, pero hoy no te voy a dejar ganar. Como una araña que entreteje sus redes, te prometo un café y te frotas las... manos, al recordar mi cuerpo sobre el tuyo. Dejo que me invadas en tus sueños, que hagas lo que quieras con mi recuerdo. Fantasea con el café prometido, hunde mi cuerpo en su espuma si te apetece. Porque Londres ya no duele. Ya no es la ciudad de la

Las piedras del camino

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Porque siempre escuchan, y te acogen en su seno cuando lo necesitas. Son hermanas y compañeras, más antiguas y sabias de lo que nunca lo será un humano. Inmutables, sanadoras, propician el cambio mágico y despieran nuestros recuerdos más ocultos. Nos dejan que llamemos a la puerta de su casa de cristal y nos hablan de sus andanzas por el mundo. Reflejan, ocultan, prenden y activan, desbloquean y despejan dudas. Son la abundancia cuando sabes recibirla, ni cuándo quieres ni cuándo puedes, siempre estables, el suelo por el que camino No conocen el tiempo como algo preestablecido, pues han aprendido a vivir fuera de él, como magas. Perfectas. Hoy escribo por mis compañeras de camino, ellas que siempre, siempre, siempre, están ahí. Como las hijas de la Tierra que son.