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Mostrando entradas de noviembre, 2010
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Perdidos en medio de la oscuridad más absoluta, reposan sobre un lecho furtivo. Lejos de miradas, un poco presas del miedo, pues en cualquier instante podrían abrir la puerta de este destartalado palacete renacentista londinense. Galena se recuesta sobre una cama blanda, cubierta con sábanas tan níveas como su tez. Cloud, un joven de veinticinco años, de cabello de media melena color miel, se pierde entre su cuerpo, al son de una melodía que se funde en la oscuridad. Y ni quiera hacen el amor, eso es demasiado mundano, demasiado bajo. Cierran los ojos y se funden con lo que son y lo que fueron. Desean traspasar la barrera de la piel y unir sus almas. Cloud mece el cuerpo de Galena entre sus brazos, la coge tratando de meterla en la fortaleza de piedra, en el santuario en el que Galena sabe que sanará y nunca más entrará nadie a herirla. La mujer entera, rígida y valiente, pese a su frágil aspecto, se estremece entre los brazos del chico. Clava su mirada en la noche, de ojos gris acer