London


Había soñado con subirse a ese avión tantos años. Cualquier persona de su edad y condición hubiera llenado la maleta de enseres innecesarias. Ropa de verano, deportiva, chaqueta para el frío, secador de pelo, un kilo y medio de maquillaje, zapatos de bonito y de a diario ¿pero adónde íbamos a parar? No, Lucía no se iba a la guerra. Llevaba lo imprescindible. Acarició de nuevo la palabra entre sus labios "imprescindible". Y se estremeció al sentir su corazón en una jaula de oro. Al contener una respiración y mirar por la ventana, fingió que no le importaba el recuerdo que acaba de cruzar su mente. Se le sentó una señora con una bolsa de viaje más grande que el mismo asiento. Entró dando culazos y sonriendo y tras poner subir su maleta, reparó en Lucía.

 

–¡Ay. hija! ¡Qué cansancio por pasar por todos esos controles de seguridad!

 

Lucía miró a la mujer de pelo escarola que llenaba un vestido de verano no muy adecuado para su edad. Pero ¿quién era ella para opinar sobre su ropa, si la señora pensaba que era su hija?

 

–Bueno, qué bien que ya estamos listas en el avión. Me voy a ver a mi hija, que está de trabajando en Londres. 

 

Lucía sonrió con cortesía y esperó que su compañera de vuelo fuera tan cortés como para dejarla con su música. Prefería mil veces llenar sus oídos con Noel Gallagher y la música de Oasis antes de que la cháchara de la señora. Pero claro, no quería ser maleducada y la mujer no parecía entenderlo. Siguió entablando conversación, que más bien era un monólogo encubierto:

 

–¿Y tú para qué vas a Londres?–quiso saber la buena señora, que ya se había presentado como Carolina.

 

–Pues...voy de visita.–llenó el espacio con éstas palabras. Resignada, le dió al "stop" para que su canción preferida de Muse quedara suspendida en el aire

 

–¡Qué bien, yo ya he estado tres veces! Es una ciudad estupenda para chicas de tu edad. Mi hija ha encontrado hasta novio. Se llama Mark. Aunque yo le digo de broma John Smith. Claro que no me entiende. Pero bien que se come su plato de cocido cuando viene. Llevo en la maleta que acabo de subir un arreglo de cocido y la olla express.

 

Lucía asentía y en algún momento Carolina le preguntó su nombre y qué hacía con su vida. No era que no quisiera hablar con ella, era que su compañera de asiento más bien era una mujer envuelta en palabras que no dejaban espacio ni al mínimo pensamiento.

 

Se acordó del último mensaje que le había enviado a Rubén: "he tenido días mejores", le dijo. Y eso escondía muchas otras cosas. Era la punta del iceberg de "me quiero ir a Londres porque no soporto una vida en esta ciudad sin tí." o un "me cuesta dormir por las noches sin el olor de tu almohada". Ni siquiera se podía concentrar para los parciales y no le aparecía perder el año. Así que se dijo a sí misma que era hora de pedirse un traslado matrícula y mudarse. Era su billete de ida a una nueva vida.

 

Cuando Lucía ya había aprendido de la mano de Carolina cómo se prepara un buen cocido y qué sustitutos a los ingredientes de la paella podía encontrar en Inglaterra, una funda de guitarra se coló delante de su asiento. De la funda, venía el supuesto dueño del instrumento, que se quedó mirando los números de los asientos con desconcierto.

 

Unos ojos color acero se posaron en Carolina y luego en el papel que sostenía en sus manos. Abrió la boca para recitar con un británico acento:

 

–Disculpe, señora, creo que se ha confundido de asiento.

 

Carolina le dijo que no, pero él le señaló con amabilidad su billete y el número sobre el que la rechoncha Carolina se sentaba. 

 

–Bueno, niña, pues nos vemos en el aeropuerto. Te daré mi teléfono por si quieres conocer a mi hija.

 

Se despidió y se llevó su olla de cocido disfrazada de equipaje. La funda de guitarra ocupó su lugar y cuando su pequeña maleta estuvo también sobre nuestras cabezas se quitó una chaqueta de traje azul oscuro y se sentó. 

 

–¡Qué pena de tiempo en Londres!–dijo con voz melódica.

 

Lucía creyó que estaba traduciendo literalmente un "shame about the wheather" con poco éxito. Sus años de filología inglesa y su alta exposición a la lengua que tanto amaba la habían hecho experta a la hora de entender la mente de un angloparlante.

 

Le sonrió y se puso a revisar su móvil. Tecleó un par de mensajes, deslizó algunas notificaciones y otras fotos flotantes. Lucía volvió a poner música en sus oídos, agradecida porque su acompañante sería un poco más comprensivo que la buena de Carolina. 

 

Sacó su libreta y miró unos instantes la tierra que la había visto nacer. España y sus áridos campos iban a cambiar y el paisaje sería otro en tan solo unas horas. Una voz y las divertidas azafatas explicaron las normas de seguridad con aquella cómica pantomima. Cuando terminaron, se puso a garabatear unas palabras, pensamientos sueltos más bien. Se quedó de nuevo pensando en "lo imprescindible" y las cosas que llevaba en su viaje. Música, su portátil, libretas y algo de ropa. Y la tinta corriendo entre las páginas. Y los recuerdos agarrados en las manos.

 

–Disculpa que te interrumpa,–le pidió el chico con impoluta cortesía inglesa.–¿No será Travis esa música que escuchas?

 

Aunque Lucía no tenía el alma para lucecitas brillantes, había algo en su media sonrisa que la cautivaba. Se pensó un instante si contestar.

 

–Podemos hablar en inglés.–respondió sin venir a cuento. Y ahí la conversación se moduló en el lenguaje de su alma.

 

"Música, ah sí, música. De eso quiere hablar" pensó mientras el desconocido se retiraba un mechón de pelo rubio hacia atrás.

 

–Sí, es Travis. También tengo Oasis, Blur y muchos otros oldies.–repondió Lucía con un pequeño tartamudeo.

 

–Hay mucha música en Londres. Es increíble que puedes encontrar a cualquier músico de la talla de los Gallagher tocando en Covent Garden o en Piccadilly.

 

–Eso dicen. Creo que Londres es la ciudad de la música.–respondió la chica con algo de torpeza.

 

Lucía se fijó en su camiseta de rayas desiguales en blanco y negro y se preguntó cómo podía usar chaqueta de traje y ese tipo de camiseta mientras ambos tomaban aire antes que el avión despegara.

 

"Venga, Lucía, solo unas horas más y estarás en la ciudad de tus sueños". El chico, que no dijo su nombre pero si estuvo compartiendo gustos musicales, dejó caer su brazo y le rozó la mano en un movimiento que según ella era imaginado y según cualquier persona era un intento de flirteo. Sacó un libro y Lucía a falta de música, ya que había apagado su móvil y no le apetecía encenderlo, le miró con disimulo.

 

El joven, más que impresionado por el espionaje de su compañera de asiento, le dedicó una sonrisa y le preguntó si le gustaba leer. Lucía se hubiera caído si hubiera estado de piel al ver que el desconocido leía su novela preferida.

 

–No podía ser de otra forma.–dijo él, como leyendo sy mente–"Las olas" de Virginia Woolf. Increíble escritora. De Londres, por cierto.

 

Lucía no pudo evitar reírse y comenzar a charlar de la magnífica prosa de su escritora preferida. Acto seguido se perdieron entre los versos de Blake. El chico la dejó en shock cuando comenzó a recitar los poemas a Lucy de Wordsworth como si respirara. Contuvo el aire y se dió cuenta de que el muchacho, si no era su hombre ideal era el mejor lector de mentes con quien se había cruzado. El muchacho respiraba y tomaba aire para continuar con voz profunda a la siguiente estrofa. 

 

 

Nuestra protagonista se dió un descanso y miró por la ventana, pero su compañero como si el mismo diablo le hablase, añadió:

 

–Puedes ir al Globe y ver una obra de teatro. Estoy seguro que te enamorará–y dejó caer de nuevo su mano sobre la suya.

 

Ésta vez, Lucía, que luchaba por la cordura y olvidar a su ex, se preguntó qué tipo de brujería estaba sucediendo para que un completo desconocido pudiera seducirla de aquella forma. Una caricia con sus dedos sobre el dorso de su mano.

 

–Estoy poniéndome nerviosa, disculpa. No tengo espacio en el corazón para ...para ésto. No sé cómo te llamas.–se disculpó la joven y retiró su mano

 

Trató de concentrarse en las nubes, buscar dibujos y mensajes que en aquel momento no quería descifrar. El chico, sin motivo aparente, comenzó a susurrarle al oído:

 

–Tengo mucho que ofrecerte. Tengo mil y un rincones, experiencias y todo lo que te gusta. No te voy a dejar escapar.

 

Lucía se asustó y estuvo a punto de llamar a la azafata, pero se obligó a clavar sus ojos en los de aquel chico. El acero gris la atravesó como una espada y supo que ya se conocían. No tenía nada que ocultarle y ella ya le había visto. Pero no sabía dónde. Se dió cuenta de que si soltara aquellos pensamientos en voz alta quedaría como una loca. Y entonces un estallido de luz. Un sonido. Un instante y un momento. ¿Un rayo? Miró a todas partes. Las luces parpadearon. Las luces de turbulencias se encendieron. 

 

Una azafata nerviosa pasó contando la gente que llevaba a bordo. El chico, que aún no había pronunciado su nombre, la dió la mano de nuevo. Lucía se puso nerviosa. No hemos mencionado aún que éste era su primer vuelo. El joven lo captó y le ofreció cubrirle con su brazo. El avión comenzó a moverse de forma extraña.

 

El sonido de un bebé llorando rompió el silencio de los pasajeros. A Lucía se le ocurrió pedirle una manta a la azafata y ésta le dijo que estaba demasiado ocupada para que le importara su temperatura corporal. "¿Pero por qué cuentan gente?" se preguntó. El chico le echó su chaqueta por encima. Con un leve movimiento quitó retiró el brazo que separaba los asientos y le hizo a Lucía recostar la cabeza en su hombro. 

 

Debió de pasar así una hora más o menos, mientras el avión daba ligeras sacudidas. El bebé dejó de llorar. Y Lucía cerró los ojos y supo que el hombro de aquel desconocido podría ser el último lugar en el que estuviera. Él le acarició el pelo y enredó sus rizos en sus dedos. 

 

–Todo va a ir bien. Aún no te he explicado cómo usar el metro en Londres. Aún no te he contado todos mis secretos.–trató de calmarla

 

Y mientras el avión se movía con torpeza por el tapiz de nubes negras, el chico le confesó que era músico, poeta, escritor y muchas otras cosas. Comenzó a entretenerla cantando en su oído "love will come through" de Travis. Y luego "everything is changing" de Keane. Así que parecía que el chico se había aprendido su lista de reproducción del Spotify.

 

–Y ahora, piensa en el Támesis. Piensa en la serpiente de plata que atraviesa sus calles. Cierra los ojos, porque pronto estarás allí. Las ventanas a estas horas ya están iluminando la calle. Los cielos ya se han pintado de naranja y pronto la noche se apoderará de la ciudad que nunca duerme. ¿Has soñado alguna vez con ver elevarse el Tower Bridge? Escucha el sonido del metal del Big Ben. Te esperan las calles llenas de música. Se están mezclando la voz y la guitarra en Coven Garden con los acróbatas. Esa locura de imposibles en el mismo lugar, en el mismo instante. Agárrate a mi mano. 

 

Las luces del avión se apagaron del todo. Lucía terminó saboreando los labios del músico. Sabían bien, los conocía. Se deshizo en un beso que nadie le podía haber anunciado.

 

 

Carolina y toda su condición humana, se levantó ya aplaudió cuando por fin, aterrizaron. Lucía se había dormido en brazos de su recién encontrado desconocido. El vuelo había terminado y los pasajeros comenzaron, con mucha alegría a dar gracias por haber llegado.

 

 

Lucía y su compañero esperaron a que todos hubieran bajado y recogieron sus pertenencias con calma. Además había que dar gracias de estar vivos. Las azafatas, ahora más aliviadas, sonrieron. Y Lucía bajó del avión y respiró por primera vez el aroma de la campiña inglesa. Sus ojos se llenaron de verde y gris, que se perdían en el horizonte. Y se dió cuenta que su compañero la observaba con cierta chulería y sonriendo.:

 

–Sabía que te gustaría.–le dió la mano y comenzaron a recorrer el aeropuerto.–Cuando llegues a Londres podrás ver todos los parques. Estoy seguro que te encantarán las ardillas. Aunque les encanta robar comida. Recuerda no acercarte a los zorros, si un día ves alguno. No son gatitos.

 

MIentras caminaban, Lucía se sentía extraña con su maleta llena de "lo imprescindible" y de la mano de alguien que ni siquiera conocía de más de unas horas. Debía ser que ir en el vuelo de la muerte, como había decidido bautizarlo, unía mucho a la gente. Se estaba dejando llevar, aunque no era lo suyo. Era metódica y todo lo que escapaba de sus planes la desbarataba. Pero no era posible pensar ahora en ello. 

 

El chico le explicó que comprarían el billete de tren para llegar a Victoria, la estación más céntrica en honor a la monarca en las máquinas. Le dijo que él debía ir a ventanilla. Le explicó dónde estaba el andén y le pidió que comprara su billete. 

 

Lucía deslizó su mano en su pequeño bolso y sacó un billete de 20 libras y otro de cinco. No podía creer el precio de un billete de tren a la ciudad. Tocó la pantalla táctil y justo cuando estaba en proceso de imprimirse le dijo a su acompañante:

 

–Por cierto, No me has dicho cómo te llamas.

 

El chico estaba ya acercándose a ella con su maleta y la guitarra. Respondió muy resultó:

 

–London. Me llamo London.

 

Lucía se giró para recoger el cambio sin entender muy bien qué había pasado. Se quedó un momento fascinada por las monedas que la máquina le acababa de devolver. No sabía si había oído bien su nombre. Levantó la vista. Pero allí no había nadie. Se quedó inmóvil por un momento. Cuando consiguió reaccionar, recogió sus maletas y se adentró en el tren, Londres le esperaba.


Comentarios

  1. ¡Qué maravilla! Se me han puesto los pelos de punta. Desde luego cualquiera mataría porque un lugar especial te recibiera de esa manera ❤

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un poco autobiográfico, pero ojalá me hubiera pasado así como lo cuento. ¡Gracias por leerme!

      Eliminar
  2. Me ha encantado! Me ha hecho recordar mi viaje

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado! Me ha hecho recordar mi viaje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Amo Londres, espero que haya quedado claro en el relato. Gracias por leerme :)

      Eliminar

Publicar un comentario

Siéntate y háblame. Si quieres puedo prepararte un café o un té. Nos podemos perder en sus líneas.

Entradas populares de este blog

Perlas, hojas de té, páginas en blanco...

Feliz partida y feliz reencuentro

Los Folios en Negro