Juego de reinas




Hace unos días fue el cumpleaños de Virginia Woolf. Se ha escrito mucho sobre ella, sobre su relación con Vita Sackville-West y escribiendo este texto quiero dejarme llevar por la idea de que mi musa vive en mi mente y siempre voy a celebrar su cumpleaños. Tiene la manía de sacarme de mis tardes de letras negras.

Con este post, ha nacido la idea de recrear desde el punto de vista de Virginia una tema tan trillado como el mundo mismo: la relación entre ambas. Con esto hasta he descubierto una colección de moda (alta costura, que no es moco de pavo, de pavo real) basada en el jardín que diseñó Vita. Con éste texto no pretendo escribir lo inescribible. No pretendo recrear una mañana en la que no estuve. Y pues supuesto, solo quiero disfrutar de la licencia que me da el arte de las letras, que me enseña cada día Virginia, esta amiga que llena mis estanterías. Así que, que me perdone el lector si he cubierto con mi imaginación los detalles.

Y si, ahora vamos a darle, con un poco de retraso, un feliz cumpleaños a la creadora de "Orlando", a la pluma que le dio vida a ensayos tan interesantes como "El lector común". Sí, sí, ensayos, era una genial ensayista, el concepto inglés del ensayo. Sin más dilación, feliz cumpleaños, V.



El castillo se alzaba sobre los jardines como una mole. Círculos, rectángulos y arbustos verdes recreaban un paraje único, un santuario silvestre cuyos únicos sacerdotes eran los pavos reales que paseaban por él. Un tapiz de nubes se extendía arriba sobre nuestras cabezas, casi parecía que una doncella había almidonado la colcha de las nubes para que alguien durmiera en ellas.

La ágil conductora paró el vehículo. Seguía pareciéndome extraño ver a una mujer al volante. Pero ella había puesto la voz y cara a la mayoría de los escándalos de sociedad de la época. Atravesó la entrada al castillo y dejó que un mozo retirara el automóvil y se lo llevara a la cochera. Su melena apenas asomaba bajo su sombrero con menos timidez que el rojo de sus labios. Me seguía sorprendiendo que usara pantalones para conducir y en general, para su día a día. Ella caminaba por las calles de Londres, conducía, visitaba emisoras de radio y se abría paso por la vida con sus pantalones atravesando los rumores y críticas. Ese era el río en el que había decidido nadar.

Y yo, en aquel instante, solo era una escritora prendida de la pluma de su sombrero. Me guiñó el ojo invitándome a atravesar los jardines. Los árboles frutales se elevaban sobre mares de violeta, rojas amapolas y amarillos. Los dejamos atrás con la fiesta de pavos reales y llegamos hasta la entrada, donde una pequeña corte de sirvientes nos saludó y recibió. Parecía que había nacido dándoles los buenos días a la comitiva de empleados.

Nos adentramos en el castillo, sin quitarnos el sombrero ni las chaquetas. Se sentía una extraña calidez, para ser un lugar tan grande. Pidió que le llevara un té a la sala de escribir. Lo que quiera que fuera aquella sala, sonaba bien. Supuse que una mujer, para ser capaz de escribir debe tener una habitación propia donde perderse. Si además de eso una ya posee dinero propio, como era el caso de mi anfitriona, la pluma se desliza sola por el papel.

Llegado a aquel punto, sin saber muy bien cómo había sucedido, cómo había llegado a convencerme de que debía irme con aquella mujer a pasar unos días a su castillo. ¿Cómo había llegado aquella criatura fascinante y diabólica a llevarme hasta allí? Habló con mi marido y hasta él le dio las gracias por cuidar de mi salud y preocuparse tanto por mi. Aunque todos sabíamos que ella era la reina de su propio tablero, uno muy bonito con el jardín de su castillo como campo de batalla. Y en aquel momento todos jugábamos a su juego de reinas.

—Los días que más disfruto, querida, son aquellos en los que no hay ningún compromiso en mi agenda. Aquellos días en los que no me roban mi persona de mí misma. Cuando nadie puede perturbar mi paz interna. ¿Quieres comer algo? Podemos hacer que nos suban comida a la sala de escritura.

—Está bien, querida—dije un poco fuera de lugar.

Subió unas escaleras sin alardear de las amplias ventanas acristaladas, ni de las vistas, ni de la ligereza con la que el servicio se movía en un ballet de saludos y deseos de cumplir sus peticiones. Una doncella me quitó la chaqueta indicando que la dejaría en "el dormitorio". Lo lógico hubiera sido, si mi anfitriona hubiera sido una persona lógica, que me hubiera llevado a descansar del viaje y después, habitación por habitación, deleitándose con los tapices colgantes y riquezas flotantes. Su castillo, su reino, aquel que compró porque no pudo heredar el de su familia por ser mujer. Pero ella, con su habitual paso de campanillas me paseó por el tapiz de colores de su jardín y me ofreció un té en la sala de escritura.

Al final de la escalada nos deslizamos por un pasillo también con grandes ventanales. Me lanzó su mano para indicarme que era hora de seguir subiendo. "Por supuesto, la librería de V, en una torre" me dije a mí misma, mientras seguíamos avanzando. Atravesamos una puerta de piedra, casi parecía sacada de un cuento medieval.

Estanterías cubiertas de silenciosos testigos del tiempo, Homero, Shakespeare, Marlow, Ovidio... mis ojos se deslizaron por las paredes, que eran estanterías. Pensé que aquello era el paraíso perdido del que hablan las sagradas escrituras de alguna religión báquica y ideada solo para el placer del escritor. En la sala siguiente había una mesa con flores frescas y dos sillas. Al fondo, un escritorio con pluma, papel y tinta. Mi querida reina de la torre caminó hasta el centro de su sala, orgullosa cual señor feudal. Sonrió y salió un hombre del interior de su alma. Pintó su cara y la sala con la seguridad y la belleza de la nobleza de su espíritu. Un aire señorial de caballero de la corona. Sonrió y se quitó el sombrero, dejando que su pelo se liberara del yugo de la moda y una aire infantil, tierno y de sueños cumplidos de niña nos envolvió a las dos. Vi sonrió y me di cuenta, en aquel preciso momento de que era la criatura más cambiante con la que jamás me había topado. Un caballero que se convertía en dama en el suspiro de un parpadeo.

Comentarios

  1. Precioso homenaje con tus letras a dos mujeres que han hecho tanto por la literatura femenina :-) Enhorabuena! :)

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  2. Era una persona fascinante. Muy buena tu entrada de blog

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