Yo tenía frío



Te llamé para preguntar si hacía frío en Madrid. Hace doce años no teníamos tantas redes sociales. Para mí las cosas eran más sencillas. Una llamada y una pregunta. Quizás saber cómo era tu voz. Tocar con las manos una voz amiga, sentirte más cerca. Fue una de esas llamadas sin respuesta, una de las importantes.

La maleta se llenó de forma improvisada. Hubiera sido fácil mirar en internet una página del tiempo. No se me pasó por la cabeza. Mi mente aún era un poco analógica así que metí mi primer teléfono táctil que no sabía aún usar muy bien en el bolso y llené la mochila de un regalo que había estado preparando toda la semana. Le escribí una dedicatoria. Esperaba que lo leyeras en tu propia intimidad, de hecho me muero de vergüenza todavía cuando lo pienso.

Otra vez se ha llenado la casa de gente. De nuevo abrimos la puerta y su altar se rodea de personas que se sienten atraídas. A esto se referían cuando hablaban de salto espiritual. Es como lanzarse al vacío sin saber qué cara verías tras el pozo. Y nos encontramos un puñado de sueños en un cóctel de daños colaterales. Ellos sufrieron, pero no había mucho más que hacer. A día de hoy aún nos metemos en el traje de la empatía de vez en cuando y lloramos a los soldados caídos. Aún nos preguntamos qué hicimos bien y nos lo preguntamos además en varios idiomas.

Pero las mariposas siguen ahí, como cada fin de febrero. Las mariposas vuelven el 26 de febrero para decirnos que se acerca el 15 de marzo. Que tenemos muchas fallas pendientes tú y yo y un mapa entero de sueños que recorrer. Febrero llega y ojalá que se lleve las telarañas y nos traiga las libretas a medias, que con los años ya se han tatuado de tinta.

Es otro Febrero sin terminar de coser, con los reglones que se han torcido un poco, pero sin más página final que esa carta que se coló de Madrid a Atenas sin saber cómo. Una hojita temblorosa llena de tinta, llena de sueños. La maleta se llenó de sueños y yo tenía frío. Y yo solo quería que me abrazaras. En mi mente me abrazaste. Unos días después te di la mano. O sea, mi corazón te dio la mano mientras mi cabeza hacía una cumbre con todas las mariposas y decía "esto es una ofensa al país de la normalidad de su vida, señora, deje esa manita quieta."

Pero hacía frío en Madrid. No es mi culpa, nadie me avisó. Y mientras llegaba la cena, tú me abrazaste. Así lo dice mi corazón. Y tú sabes tan bien como yo, que no querías que llevara una chaqueta adecuada. La excusa y el crimen perfecto para los abrazos, señorita. Llega febrero y aún hace frío. así que no dejes de abrazarme.

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