Cuentos de una exstencia.





2. Miradas.

Unos dedos ansiosos se enredaban en mi pelo, mientras yo sentía su aliento en mi nuca. Sus brazos me abarcaron y mi espalda quedó piel con piel sobre su pecho. Su abrazo era como las olas del mar mereciéndome al compás de su respiración. Quise darme la vuelta y me quedé frente a él, rozando cada centímetro de su rostro con las yemas de mis dedos. Era la sensación más agradable del mundo, su piel en mis manos.
-¿Acaso necesitas algo más? ¿No es éste pequeño momento el más feliz de tu vida?- Preguntó mi compañero mirándome a los ojos.
-Casi.- Contesté.
-¿Dónde quieres ir?- Me susurró al oído.

Medité unos segundos la respuesta, pero no pude hablar, ya que él me liberó de las sábanas que nos cubrían de pies a cabeza y la intensidad de la luz me cegó de repente. Ya no era de noche. Por lo menos no todavía. Me incorporé y mis ojos se perdieron en la inmensidad del mar que se extendía ante nosotros. El sol se bañaba en él, casi a punto de bucear en el horizonte. Un sol cálido y bondadoso de ensanchada figura anaranjada, que no dañaba la vista al mirar. Me deslicé hacia la arena fina y clara, que devoraba la mitad de las cuatro patas de la cama. Mi acompañante, cuyo nombre había olvidado, salió de la cama y me cogió de la mano, caminando a mi lado, hundiendo sus pies en la arena. Su nombre. Debía ser tan antiguo en mi memoria, tan lejano, que ya no importaba, nada era necesario. Me besó lentamente, en los labios, allí donde nuestras almas se había encontrado tantas veces, y recorrimos juntos la distancia hasta la orilla en silencio. Silencio.



Suena el despertador, con un pitido insistente que taladra mi cabeza. "Cinco minutos más". Quiero volver a la playa, pero ya no puedo. Tampoco estoy sobre mi colchón, en mi habitación. Estoy perdida a medio camino, pero no hay de qué preocuparse, mi despertador siempre vuelve a rescatarme, como buen caballero andante que es. Y suena de nuevo. Maldito trasto, soy una amante desdeñosa para ti, no me salves. ¿Te gusta ésta Dulcinea? al final la amante déspota silencia al caballero y es rescatada a regañadientes. Me incorporo. Olvido poco a poco mi playa y a mi alma compañera y piso el suelo, que está helado. ¿Dónde habré dejado mis zapatillas? Comienzo mi rutina diaria, me cepillo los dientes, el pelo, me visto, desayuno, me cepillo de nuevo los dientes. Me preparo la mochila (a la que siempre le falta algo por despiste)y salgo de casa con la hora pisándome los talones... tiempo. Paso la mitad de mi vida en el deficiente transporte público, el cual me dispongo a coger casi sin aliento porque es mi único momento de deporte al día: perseguir el autobús. El conductor nos mira fugazmente a mí y a mi bono de transporte mensual. Busco el asiento más aislado, sin compañero, como casi todos los viajeros. Y ésta es (exceptuando las clases en la facultad) la reunión más numerosa que tendré en toda la semana. Y silenciosa. Me paso media vida en éste lugar que no es lugar, de camino a otro sitio.

El día transcurre agitado en algunos momentos y aburrido durante otros. Las clases se deslizan entre las horas de mi existencia. Se acerca a mí una compañera de hacía mil años, a la que no había conocido por su cambio radical de imagen.
-¡Vaya, cuánto tiempo! ¿Cómo te va?- Pregunta animada. Siempre me han parecido vacías las preguntas ritualistas, éstas para iniciar conversaciones.
-Bien, aquí...- ¿Dónde es aquí?, me pregunto.- Saliendo de clase de historia de la lengua inglesa.- ¿Acaso no es obvio? ¿No me ves salir tú misma?
-Vaya, hace mil años que no hablamos, no sé por qué dejamos de hablar, supongo que sería por Ana. ¿Sabes algo de ella?-
-No, nada.- Respondo cansada.
-Tenemos que quedar más. Una día te llamo y nos totamos algo.- Y aquí viene mi parte favorita:-Dame tu número, que me han robado el móvil y he perdido los números de muchos contactos.-
-Claro, tenemos que quedar. Cuando quieras.- Pero por la expresión de su cara sé que no he sonado convincente. Así que me pongo a cantar los números de mi móvil rápidamente antes de marcharme.

Durante la comida en la cafetería de la facultad, atestada de gente, me siento con dos compañeras. Resuenan ecos de mi vida en las palabras de una de ellas, cosas que me recuerdan a mí misma de una vida muy lejana que tuve en algún momento. Algo sobre viajar, mantener una relación a distancia, peleas por culpa de los kilómetros. Pobres kilómetros, ellos qué sabrán. Habla de convivencia. La escucho atentamente y comento lo mucho que me recuerda a mí misma hace un tiempo y me sorprendo pensando en aquello y en lo diferente que es ahora. Me encuentro cómoda escuchando, no necesito hablar demasiado últimamente.

Llega la tarde, que me agota siempre por el trabajo. Y acaba. Vuelvo a casa, vuelvo a mi no-lugar. El conductor revisa mi bono de transporte y mi cara y comprueba. Me pongo algo de Muse en mi reproductor y busco un par de asientos vacíos, uno para mí y otro para mi agotamiento. Miro distraída el cristal y las calles. Pero algo sucede. El cansancio, que se había sentado en el asiento de mi lado, se marcha de repente y un par de ojos verdes me observan mientras se apoderan de éste. El chico sin nombre lleva el pelo largo y recogido. Su mirada es intensa. O a mí me lo parece. Su sonrisa está enmarcada por unos finos labios, rodeados por una barba de dos días. Sin entender muy bien por qué cierro los ojos, suspiro. Recuerdo mi sueño, estaba en la playa, con alguien muy parecido, no físicamente, ni siquiera lo recuerdo. Pero similar de alguna manera. Me pierdo en la imagen del sol bañándose en el horizonte.

-¿Dónde vas?- Me pregunta el desconocido, atravesándome con la mirada.
-A la playa.-
-Yo también. Voy contigo.- Y sin decir nada más me toma de la mano.

Todo tiene sentido. La vida es maravillosa.

Comentarios

  1. Veo que últimamente necesitas expresar, y que estás en los mundos mágicos que las palabras crean. Yo te digo que sigas, allí es donde me mejor se está cuando llueve...
    Mado Martínez
    www.madomartinez.com

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  2. Gracias, el problema es luego volver jajaja. Muchos besos y nos leemos.

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  3. No puedo sino aplaudir tu personal modus operandi de narrar hechos relativamente cotidianos. Comprendo estos "sentimientos de transporte público" como yo los llamo...

    Pero bueno. Siempre nos quedará la música, ella nunca nos abandona, no es asi?


    PS: Ahora me doy cuenta, hace poco yo tambien tomé referencia de los sueños para un par de textos en mi blog. Es curioso cuan premonitorios pueden resultar los sueños, por algo son el estado mas cercano a nuestras almas!

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