Plenitud




Agotadas, sin apenas haber dormido, ni comido, caminado toda la noche, las caminantes llegaron a la puerta del templo. Eran tan blanco y puro que asustaba. Se alzaba sobre la inmensidad de la noche, casi queriendo competir con las estrellas. Entre el cielo y el mar se alzó la puerta. No tenía todavía columnas. Así que las caminantes, exhaustas, con los pies sangrantes, se miraron a los ojos y acto seguido a la inmensidad del interior del templo.

Se habían conocido en mitad del camino, entre encrucijadas. En realidad se habían buscado sin saberlo. Y al verse lloraron y rieron, pues el camino es tan solitario como un lobo sin manada. La más joven llevaba piedras en el corazón. Pesaban, le hacían recordar el dolor del pasado, pero aquellas piedras eran tan importantes que ya no eran dolor, sino luz. La más sabia le dio la mano, casi sin que la otra se enterara, porque en realidad era una mano tan conocida. Su piel podría haber cambiado, su pelo, su rostro, pero sus ojos estaban tan llenos de fe, que la más pequeña no tuvo dudas. Sin palabras, con el mayor entendimiento que pueda expresarse con palabras, miraron las puertas que se abrían hacia la oscuridad más profunda. La pequeña tembló de miedo, miró al mar por última vez y lloró con cierta nostalgia. La caminante más sabia la abrazó y ya nunca más pensó en el camino que dejaba atrás. Una voz habló desde la profundidad es, una voz infinita, inmensa, dulce y amarga, clara y negra habló: "es hora de entrar en el templo, es hora de asumir el poder".

Las caminantes, que ya eran hermanas, entraron despacio, habían dejado todo aquello que no necesitaban, ropas, dolores, adornos. No había que luchar ya por nada, habían llegado.

-Aquí te entrego, delante de la Señora que nos ha traído hasta aquí, todas las piedras de mi corazón.
La otra las aceptó y entonces algo extraordinario sucedió. Las piedras, que llevaban tanto tiempo guardadas, al fundirse con la luz de las velas, iluminaron la estancia. Se miraron a la cara y vieron todos los rostros que habían sido, todos los que serían. El amor sagrado inundó todos los rincones de piedra del espacio de la Diosa, transformando todo lo que tocaba. Las caminantes se abrazaron para transformarse también. Y su cuerpo pasó a ser de piedra, para poder formar dos columnas que sostuvieran el templo. Vendrían más hermanas, más columnas para sostener los cimientos. Y ellas esperarían de pie con serenidad. Juntas.

Comentarios

  1. :)
    Y yo que siempre encontré las palabras adecuadas, me quedé sin ellas ante esta entrada. Impresionante :)
    Me quito el sombrero.
    Te quiero mucho

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  2. No es esa la historia que yo siempre he conocido sobre la procedencia de las cariatides, pero... ¿quien puede privarnos de imaginar y soñar?.Y menos cuando la imaginación crea sueños tan bonitos.

    Encantado de haber pasado por aquí.

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  3. Bueno, puse esta fotografía por poner alguna cosa ^^ a veces solo tienen una remota relación las fotos de aquí y el texto.

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