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Hoy, Apolo, va por ti.


Y otra vez, como salido de un sueño, el sol se despertó brillando sobre un cielo que se me antojaba azul. Al día siguiente de volver de Hellas, con mis manos temblando, me pasé casi todo el día desconectada o fuera de cobertura. Tan desconectada que no podía parar de temblar, y cansada miraba las montañas del Alcalá, ingenua de mí, buscando el azul del mar que tan traicioneramente me simulan esos montes engañosos. Me escapo lejos y no pretendo volver hasta que la razón de mi existencia me coge de la mano y me pone esa misma mañana delante del portátil, con intención de trabajar algo en mis cosas. Con días y días a mis espaldas de olvidar la pluma, la lira enmudecida por falta de praxis y parte del café derramado por la inseguridad de mis manos, me planto a mirar el correo.

Leo atentamente, con calma. Bien, profesores dándome fechas de entrega. Otro más de spam. Voy a tener que hacerme otra cuenta. Vaya, aquí está la profesora de "Estilística". Sí, aquí está. La publicación del libro. ¿Cómo? Pues eso, que aquel proyecto que tantas veces echaron para atrás, aquel que quedó en la incertidumbre, parece salir adelante. Sí, que ya llegaba tarde, como siempre, perdiendo trenes de fechas y concursos a los que decido no presentarme. "Maldita perdedora amargada, tú que escribes en medio de la más absoluta infelicidad" me dice el mismo reflejo del espejo que tira piedras sobre el tejado de papel que sostiene mis palabras..."No puede ser". La profesora me dice que ha estado esperando mi respuesta y que en vista de mi interés y que le gustó mi cuento, ha decidido poner mi parte de su bolsillo y esperar a que se lo de cuando pueda. "No, no, con la veces que se ha tirado para atrás esto de los cuentos..."

Pero, pero, pero. Tartamudean mis manos de nuevo sobre el teclado. Pues sí. Resbala la lágrima sin apenas permiso para salir de mis ojos. Me dirijo a la habitación de al lado, donde está la persona que mejor me comprende, mi compañera. Balbuceo algunas palabras sueltas. Me mira llena de ilusión. Rompo a llorar, desencadenando al fin mis lágrimas, liberándolas de su cárcel de sentimientos contenidos. Y ella me mira, entendiendo cada pensamiento que surge de mi mente, viendo como corretean estas fugaces reincidentes por mis mejillas. Empapo su hombro y me pregunta "¿Qué?". "Pues que me he quedado sin palabras" le digo al oído, como con miedo a decirlo demasiado alto y que se cumplan mis peores miedos. Palabras, esos puentes de plata hacia los reinos divinos. "¿Cómo puedo quedarme sin ellas? sin eso que soy yo." pienso mientras apoyo mi cara en su cuello y ella acaricia el mio. Pues si. Esta ha sido una de esas veces.

El café que se enfría mientras la prosa se agolpa entre mis dedos, se enreda con la luz de la mañana y sale de mis manos. La gente me ve escribiendo en un banco, bajo un árbol, y se pregunta qué estaré haciendo con esa libreta y ese boli durante tantas horas. Enciendo una vela en mitad de la noche, aquella vez tirada en la acera de cualquier calle, qué más daba, si era con la luna de fondo de pantalla. El escritorio se llena de ventanas a mis mundos, allí donde me pierdo hasta que alguien llama a mi puerta diciendo que son las tantas de la madrugada. Y aquella noche, el amor de mi vida dormía, mientras su respiración acompasaba los latidos de mis letras, que, sin saberlo había provocado el comienzo de otro relato. Y pensar que esta mañana me trajo flores, casi más ilusionada que yo por la publicación de un cuento. Eso me dejó sin palabras de nuevo. Pero después de quedarme muda, como la lira de Becquer, leo en mi pantalla "crear entrada". El latido de mi corazón se para unos instantes, como para tomar impulso. Y parpadeo hasta leer "publicar entrada". Y nunca las palabras tuvieron más sentido.

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Siéntate y háblame. Si quieres puedo prepararte un café o un té. Nos podemos perder en sus líneas.

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