Corazón de alambre


Respira una vez más. Déjalo latir, aunque suene a óxido, lastrado y ajado por el tiempo y las ganas de sufrir. Late de nuevo, con toda la oscuridad que eres capaz de soportar, desde el fondo de ese pozo en que te dejé caer. Me ordeno, echo tierra, me columpió y me mezo, pero nunca me rompo. Te dejo a un lado y miro al vacío de la ventana más abierta a mis más profundos deseos. Respira, viejo compañero, el miocardio exhausto que dejé desgarrar. Dejo pasar una pájaro delante de mis ojos, con el sol muriendo en la noche. Reposa, y late, aunque mis manos tiemblen a cada paso que doy hacia sus caderas. Busco ojos que me miren, en medio del egoísmo más absoluto. o vuelvo a la austeridad en la que una piedra es capaz de hablarme entre susurros. Las estrellas se van dibujando, como pequeñas lágrimas sobre un cielo que va degradando en noche. Pintada de pena, ajena al nuevo gorrión que canta solo para quien lo sepa escuchar, acaricio constelaciones nuevas en éste día. 

Y late una vez más, aunque parezca imposible, dejo que siga siendo así. Victimizo y agonizo y me encierro en el rincón más alejado del mundo, donde mi ausencia duele. Respira hondo, cuento hasta docientos mil. Pausada y lentamente, quiero que lata. Escucho otro latido, al fondo de mi habitación y me limito a pensar en el milagro de que ella respire. Y doy gracias de nuevo por no haber cogido la puerta por la tangente y la demente razón que me separa de los seres humanos. Las lágrimas que corroen las mismas mejillas y las púas del corazón paran. Me siento delante de una hoja en blanco. Mientras suena nuestra canción. Y respiro, escucho y vuelvo a poner mis manos a la vista, intento dejar que me quieran, dejo de pensar en que me hagan daño. Aunque tiemblen, siempre soy yo delante del papel. Y el teclado late de nuevo bajo mis dedos.

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