Entre páginas

Preludio en do menor

Sofía se levantó temprano como cada mañana. Eran las 5:45. Hora en la que, según su madre, todavía no han puesto ni las calles. Eso a ella le daba lo mismo, era la misma hora a la que se levantaba cada día laborable. Los festivos y fines de semana se permitía que el despertador sonara a las 8:15. Se había vestido meticulosamente, ni muy formal, ni muy casual, con el punto justo de una arquitecta que tiene que proyectar en un despacho de una compañía más o menos importante. Se maquilló despacio, sin sombra de ojos, ni apenas colorete, solo un discreto rouge de labios, nada llamativo, una fina rayita marrón por encima del párpado y un poco de rímel. A juego con su falda marrón chocolate y sus zapatos de piel vuelta. La blusa, color crema. "Qué estúpido, ponerle nombre de repostería a un color... y yo llevándolo puesto" pensó Sofía a las 6:23, cuando, estaba perfectamente vestida y arreglada frente al espejo de su armario.

Jan dormía plácidamente en su habitación cuando ella salía de casa a las 7:40, recién desayunada. Dormiría hasta pasados unos veinticinco minutos, cuando que su propio despertador sonaría también. En aquella casa de muebles contemporáneos y estilo sobrio, sin niños, con las paredes pintadas en un pulcro blanco níveo, Sofía se permitío mirar a Jan unos instantes antes de salir al trabajo. Su cabellos rizados reposaban sobre la almohada que habían compartido menos de una hora atrás. Sofía le había conocido en una tertulia literaria hacía más de 5 años y, tras charlas de segundos, minutos y horas acerca de sus libros preferidos, se enamoraron locamente. O todo lo locamente que Sofía consideraba correcto dentro de un enamoramiento. Y todo lo enamoradamente que se puede estar, siendo una persona cuerda. Tras la lucha de antónimos y el carrusel de sentimientos, Jan se mudó a casa de Sofía en un año y medio. La convivencia era estupenda.

Salío con el pelo recogido, con los rizos adiestrados en una trenza, cada mechón caoba en su sitio. De camino a la oficina, recodó que tenía una fiesta de cumpleaños en casa de su madre...Jan se reuniría allí con el resto aquella misma tarde. Se puso a repasar mentalmente de qué sobrino sería ésta vez y no cayó en la cuenta, así que cogíó su móvil y mandó un sms a Jan. Él sabría qué hacer en estos casos, pasar por la juguetería de turno al mediodía y llevar algo unisex y válido para casi cualquier edad.

Pasaron las horas de una mañana en la que toda tarea estaba perfectamente bajo control, las rutinas cada una a su hora, menos un pequeño incidente acerca de los materiales de una de las obras que la constructora llevaba. A las 13: 30 salió a comer con un único acompañante: Invisible de Pual Auster. Sus ojos, grandes y de color caramelo se paseaban por entre las hojas, se columpiaban entre los renglones que se posaban en fila india, de plato en plato, hasta llegar al postre.

Salió de la oficina para reunirse con familiares y demás. Le silvaron un par de obreros de camino. No era una chica especialmente deslumbrante, ella se consideraba normal, pero por lo visto, y por los balbuceos de aquellos operarios, debía ser una mujer atractiva, por las sandeces que tanto le molestaron. Los tacones resonaban en la calzada mientras tomaba el camino hacia el metro.

La casa de su madre era un edificio antiguo, las escaleras eran altas y siempre le costaba trabajo llegar al quinto. Estaba llegando un poco tarde, una costumbre poco común en ella, pero el metro había tardado más de lo habitual. Sofía llegó al cuarto, agotada. Respiró agitadamente. Se le iban saliento unos pocos mechones de su trenza caoba. Se le posaban en la cara y la hacían parecer aún más pálida. Escuchó las voces de bienvenida de sus sobrinos y su madre cuando llegó al descansillo del quinto. La puerta, esa puerta que tantas veces había atravesado durante su infancia, parecía algo más cansada y oscura de lo habitual. La madera estaba más resquebrajada de lo que podía recordar. Se dispuso a llamar a la puerta y su madre le abrió con una sonrisa y un paquete envuelto de color rojo sobre las manos. Llevaba un lazo negro y una pegatina que rezaba "felicidades". Le pareció un envoltorio muy serio para un niño o niña, pero le dio un par de besos a todo el mundo, colgó la chaqueta de entretiempo, besó a Jan y se sentó en la mesa sin media palabra. Las luces se apagaron. Era momento de sacar la tarta y los regalos. Todos los años lo hacían así, y a los niños les encantaba. Una pequeña merienda y las luces apagadas para la sorpresa final. después vendrían los regalos. En ese momento se escuchó la frase que dejaría helada a la joven: "felicidades, Sofía" dijeron al unísono todos los miembros de su familia y Jan, allí reunidos.

Con manos temblorosas, sin recordar muy bien ni en qué día vivía, sonrió nerviosamente. Al salir del trance de oscuridad, se encontró con la tarta con un 25 en velas rojas sobre ella. Era para ella. Sí, ella, Sofía, de 25 años. Al soplar las velas, pidió el deseo que todo el mundo le dijo que debía pedir: "que mi vida cambie". Con esta petición abierta a cualquier circunstancia, su madre le entregó el paquete rojo. Lo abrió incrédula. Aún no podía imaginar por qué había olvidado su propio cumpleaños. Rompió el papel ante la mirada atónita de su familia, pues ella siempre quitaba el celo y guardaba el papel para reciclarlo en un próximo regalo. Era un libro. Era un libro de poesía... aquel terreno tan inexplorado. Se llamaba "Los susurros de la brisa". Cerró unos instantes los ojos y sintió como la brisa le hablaba entre paginas y renglones en espiral. Se permitió sentirse otra persona y volar más allá aquel viejo piso céntrico de escalones altos. Y salió del quinto piso de casa de su madre, de su propio cumpleaños que ella misma había olvidado, del lado de su novio, Jan, con el que llevaba más de 5 años. Y cruzó el cielo envuelta en los susurros de la brisa.

Comentarios

Publicar un comentario

Siéntate y háblame. Si quieres puedo prepararte un café o un té. Nos podemos perder en sus líneas.

Entradas populares de este blog

Perlas, hojas de té, páginas en blanco...

Feliz partida y feliz reencuentro

Los Folios en Negro