Feliz partida y feliz reencuentro


Sé que sonríes, desde un lugar alejado de mí, sin saberte cerca, sin saber que me buscas, yo también te he buscado. Me registré de incógnito un par de veces por tus rincones, y ahora que veo que este desierto nunca estuvo tan árido ni tan desierto como pensé, me atrevo a decirte que el té de tu casa es el mejor del mundo. Ni por la miel de tu pueblo, ni por el agua que compras, solo por ser el tuyo.

Y sonrío, cuando la vida da mil vueltas, cuando más feliz me siento, sobre mis letras de papel, ante la perspectiva de que la vida sea por fin más amable conmigo de lo que nunca ha sido, veo asomarse la luna desde mi pantalla cibernética. Se asoma y su cara es tan resplandeciente como oscura, con todas sus fases, al completo. Hoy veo volver las cartas sin respuesta, los dedos recorren el teclado para decir cosas que quedaron guardadas en un pequeño cofre de mi garganta. Ya no duelen las heridas, han cicatrizado poco a poco. He aprendido a ser fuerte y adulta, me levanto sobre mis piernas y éstas ya no tiemblan. Ahora puedo volver a reencontrarme con mis sombras.

Por eso hoy doy las gracias, por los reencuentros. Y como si de un brindis se tratara (algunos conocen esa faceta mía ritual de los brindis eternos), hoy levanto mi copa llena y limpia por los que vuelven. O por los que nunca se marcharon. Feliz reencuentro.

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Siéntate y háblame. Si quieres puedo prepararte un café o un té. Nos podemos perder en sus líneas.

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