El Blues del Asfalto



Titilan tus ojos anaranjados, sobre una sobria noche de luna menguante. Me sonríes con un vapor de gas turbio,  que trepa y enrosca filigranas entre las farolas. Tu figura horizontal se dibuja recortando edificios, acostada sobre la noche en la que desearías fundirte. Ya no hay estrellas entre los viandantes, ni la luna ilumina, solo mece a los lejanos ecos que la miran entre tanto silencio de cristales. Un camión pasará a recoger deshechos. El asfalto se queja. Entre tantas emociones,  tacones, ruedas y suelas nos conducen, hasta llegar a las colmenas donde nos escondemos del verdadero mundo. Nos permitimos vivir, entre las entrañas de la Tierra, que nos engullen para subir sobre una vía metálica que viaja al infinito. Y cambiamos de tercio y de estación.

Por el paseo de la alameda del caucho, unas tijeras yacen oxidadas, esperando asesinar a su víctima de papel. Esperan, ajadas, al lado de unas gafas que nos tapan la luz del Sol. Un guante blanco, que alguna vez tuvo cerca a su alma gemela, está perdida y sin mano a la que cogerse para caminar. Descompasada y a contratiempo, suena la música de uno de los aparatos de nueva generación en las manos de uno de estos nuevos jóvenes. Algunos se quejan por el ruido. Estos opinan que es música. Otros dicen que mejor apagarlo, pues en un espacio público nada pintan tales melodías. Y pintan los pintores que desean cortar con tijeras oxidadas las vidas de aquellos diferentes, de otra raza, color, religión u orientación sexual. Quizás solo desean darles una buena paliza, pero así lo expresan en variados colores sobre la persiana de la tienda de fruta y verdura.

El goteo incansable, la máquina fotográfica, un tecleo de tinta invisible. La mujer que hace arder su garganta cuando grita a su marido, en busca de una tregua en su paliza diaria. Las mil melodías de llamada nos buscan. Las luces terciopelo sobre llamativos rótulos de alcohol. Las nubes, que ya no son blancas, sino de un sinfín de variedades de gris perla, humo y tubo de escape. Todo el mosaico de sonidos y verdades me envuelve y me hace preguntarme dónde quedaron tiempos mejores, de templos y academias. Llamémosle progreso, así de utópico y gratuito.

Miro al cielo, que a ratos es azul cobalto o gris perla, humo y tubo de escape, y busco llegar a través de mis palabras a los dioses que habitan en éste caos en el que vivimos. Busco respirar por encima de la tristeza del guante sin pareja, de las tijeras y el camión que se lleva mis desechos. Me hacen pensar en otros lugares y tiempos. Me hacen pensar que más allá del canto de metal y asfalto, vive la misma esencia. Y me hace recordar que las piedras siguen ahí. Que siempre que mire al cielo, habrán unos Dioses en los que crea. Y que yo misma elevaré mi canto y mis letras hasta llegar a ellos. Más allá de la ciudad cansada.

Comentarios

  1. Me encantan este tipo de cosas...sobre la ciudad, sobre cuando está vacía o hay muy poca gente.

    Muy bonito :)

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  2. Yo también echo de menos otros tiempos. Lo sabes. El mundo barbie que se ha creado en torno a nosotros no me gusta mucho... Aunque internet no está tan mal :)

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