Entre páginas

Solo de Guitarra

Suena la melodía desdeñosa del tono de llamada. Aunque es una de las canciones favoritas de Andrés: "It's my life" de Bon Jovi, la tiene prácticamente aborrecida. Y es una lástima. Pero a las horas en las que está sonando, qué más se puede esperar, sino aborrecer hasta la voz de tu novia. Y eso era precisamente lo que estaba sucediendo, de nuevo, Paula, llamando a eso de las dos de la tarde porque Andrés, tras una noche de borrachera, había olvidado que comerían juntos.

Así que se levantó con los acordes de guitarra vibrando en sus tímpanos. De un salto. "Let's sing a song for the broken hearted...". Al poner un pie en el suelo, Andrés hace rodar una botella de cerveza. Al escuchar la voz de Paula, le pone una excusa que, conduciendo de camino al centro, terminará de urdir. Se dirige con paso tambalenante al cuarto de baño y un rostro cansado, pero en plena flor de la vida el devuelve una sonrisa. Y se dispone a afeitarse, aunque pensándolo mejor, no le queda tan mal la barba de un par de días. ¿Cuándo fue el último día que se afeitó? bah, qué más da. Además, el perro ha trincado la espuma de afeitar. Ese maldito chucho, siempre igual... hacía ya más de un año que Andrés llegó a la ciudad: contempla la vista desde la ventana de su habitación y se siente orgulloso de sí mismo. De su trabajo de camata en el bar de al lado de casa, de sus calcetines tirados por doquier, de sus compañeros de piso a los que poco les importa lo alta que esté la música... y no le tiene que rendir cuentas a nadie. Excepto a Paula. Aunque bien mirado, en cuanto se cansara de ella, a otra cosa, mariposa. 

Y se lava la cara, tras rendierse ante los edificios del bloque de enfrente e inflar un poco su ego. Deja que el agua helada despierte cada poro de su piel, respira hondo y trata de olvidar sus fantasías oníricas de hacía unos diez minutos. Sí, aquellas en las que una morenísima de pecho grande tomaba unas cañas con él después de trabajar. Y de sus preciosos ojos, aquellos que no recordaba, pero que debían serlo, pues de eso iba la conversación. Trataba de parecer un poco más interesante de lo que en realidad es, para cambiar el estado de verticalidad de la morena. Y tenerla, justo donde él quería, como en la escena siguiente de su sueño, momento en el que ella hacía saltar su cabello sobre su pecho y sus marcadas caderas se contoneaban encima suyo. Hasta que sonó el teléfono para dejar paso, de la morena, a su Paula. Muy enfadada, por cierto.

Pero lo de Paula había sido diferente, había sido casi un acto del destino. Andrés no creía mucho en la magia. Y menos en la magia de los encuentros, pero con ella decidió cambiar un poco de idea. Sentado en un banco a las tres de la madrugada, había salido del local, a punto de partirle la cara a su amigo Quique. Éste le acusaba de intentar levantarle la novia. Y claro, Andrés no tenía la culpa de que le doliera la cara de ser tan guapo. Siempre era la misma historia, cabreos y demás peleas por el mismo temita de marras. Así que salió mordiéndose los labios y apretando los puños. Se dejó caer en el banco, respiró y hundió la cara en sus manos, dejando caer a ambos lados su melena larga y castaña. Y levantó la mirada y unos ojos grises, con expresión incierta le devolvían cierta complicidad desde la acera de enfrente. No pasaba ni un coche a esas horas de la madrugada, y, segundos atrás, la calle estaba desierta. La chica, vestida con una falda corta negra y una camiseta de tirantes verde, le mostró media sonrisa y se levantó para dirigirse hacia él. Parecía una gata, saliendo de entre las sombras, y sus ojos, fijos en él, parecían tan enigmáticos como las piezas de un puzzle a medio montar. "Tienes fuego" le preguntó cuando tomó la licencia de sentarse a su lado. Andrés, medio mudo, sacó un mechero de su bolsillo, y ésta se encendió un pitillo.

Paula, envuelta en humo, apareció de la nada y se quedó hablando con Andrés como si se conocieran de toda la vida. Ni siquiera le preguntó qué le pasaba, simplemente hablaron y hablaron, hasta que recordaron que ni se habían preguntado sus nombres. Así, Andrés y Paula, Paula y Andrés. ¿Qué más daba? si aquella chica increíble, como caída, de algún cielo que él no había conocido, hizo su aparición justo en el momento exacto. Y parecía tener la cabeza algo más amueblada que la típica niña que se tomaba unas copas en la barra de cualquier bar con él. Y así surgió la historia, que se alargó hasta em momento presente, tres años después.

Pero a veces, Andrés deseaba que Paula desapareciera tan misteriosamente como había aparecido aquella noche. Sobre todos esos días en los que se ponía en el papel de novia insistente. Pero Andrés ya estaba de camino al centro, urdiendo su trama y tratando de parecer convincente. La excusa de su madre enferma ya la había usado. Y le salió el tipo por la culata, pues una semana después, comerían con sus padres y Paula, toda cortés, preguntaría por la salud de la implicada, con el respectivo disparo que detonó el engaño. En toda la frente. De Andrés.

Llegó al restaurante en cuestión y se sentó frente a ella. Trató de abrir la boca, pero Paula fue más rápida. Tras bajar la carta y dejar al descubierto su cara saltó: "¿Y qué me vas a contar hoy? Andrés, no aguanto más. Estoy hasta las narices de dártelo todo para que sigas como una puta veleta."  Él reflexionó unos instantes. Aquellos ojos grises, duros como una piedra aquella vez, habían llegado al límite de soportar lágrimas. Y lo sabía bien porque conocía a Paula desde hacía tres años. "...y si hemos llegado hasta este punto de nuestra relación, y no eres capaz de sentarte y decirme nada, ni siquiera que no te apetece comer conmigo..." Andrés ni se planteó responder. Su novia, frente a él, como aquella noche, agotada y llena de rabia, seguía con su perorata. Hasta que llegado al punto más álgido de la conversación, Paula se quita la servilleta de las rodillas y la echa encima de la mesa. Deja la carta y se levanta. Mira a l los ojos a Andrés "Creo que no has entendido de qué va esto del amor, y de vivir. Espero que seas muy feliz en tu burbuja. Hasta luego".

Andrés, solo, mirando el níveo mantel de aquel restaurante pijo, decidió comer algo. Con los puños apretados y apunto de desmoronarse, la morena fugaz del sueño desapareció y se sintió pequeño en medio de aquel local de gente medio arreglada. "Payaso idiota" pensó mientras recordaba como su chica desaparecía por la puerta del restaurante. Y sin embargo, a pesar de aquellos días en los que quería que aquella mujer desapareciera, Ella le había enseñado que no debía conformarse con poco, que él también podía aspirar a una mujer con la que pasar más de dos meses. Levantó la carta que había dejado Paula sobre la mesa y pensó en comer algo. Pero debajo, con el despiste, la novia prófuga se había dejado algo. Era un libro. Un libro de poesía. Se llamaba "Los Susurros de la Brisa". Lo cogió entre sus manos, esperando que su olor estuviera impregnanado aquellas páginas y lo abrió. Y por un instante, se dejó mecer por el envolvente susurro de la brisa, saliendo del restaurante y del edificio entero, perdiéndose por entre las ramas de los árboles, y trepando por la ventana de cada casa. Y allí, sin saberlo, se fundió con alguien más que se dejó arrastrar por los mensajes del viento que llegaban a través de un libro de poesía. Eso sí, sin consciencia de ello, pues la brisa es lo que tiene, que te hace perder la noción hasta de que tienes cuerpo. Incluso a alguien como Andrés.

Comentarios

  1. Oh se me olvidó firmarte basicamente porque me quedé sin palabras. Me gusta mucho, mucho, mucho, pero no tanto como tu.
    Que buena eres....

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