Perdidos en medio de la oscuridad más absoluta, reposan sobre un lecho furtivo. Lejos de miradas, un poco presas del miedo, pues en cualquier instante podrían abrir la puerta de este destartalado palacete renacentista londinense. Galena se recuesta sobre una cama blanda, cubierta con sábanas tan níveas como su tez. Cloud, un joven de veinticinco años, de cabello de media melena color miel, se pierde entre su cuerpo, al son de una melodía que se funde en la oscuridad. Y ni quiera hacen el amor, eso es demasiado mundano, demasiado bajo. Cierran los ojos y se funden con lo que son y lo que fueron. Desean traspasar la barrera de la piel y unir sus almas. Cloud mece el cuerpo de Galena entre sus brazos, la coge tratando de meterla en la fortaleza de piedra, en el santuario en el que Galena sabe que sanará y nunca más entrará nadie a herirla. La mujer entera, rígida y valiente, pese a su frágil aspecto, se estremece entre los brazos del chico. Clava su mirada en la noche, de ojos gris acero, en aquellos negros de Galena, que tan loco le vuelven en medio de un círculo mágico, con tan solo pestañear.

Y pronuncia su nombre "Galena", despacio, entre susurros. Esas sílabas secretas... Cloud podría matarla en cualquier instante, solo por conocer su nombre. De hecho ya había puesto demasiadas veces su vida en peligro, la suya y la del resto de los miembros de su grupo. Pero aquel amor prohibido la sanaba. La acunaba. Cloud no tenía la culpa de ser amigo de quien era, de tratar de matar uno de los miembros más importantes a cargo de Galena. Pero desde aquella fiesta, rodeada de gente con símbolos en sus pechos, no podía para de pensar en él. Galena salió a pasear al jardín. Acababa de perder a su única familia desde que llegó a Londres. Llevaba un vestido de su madre de verano, blanco, con encaje negro y pequeñas cintas rojas en el escote. Todas las chicas estaban allí, recordándole el duro sendero y modo de vida que había elegido. Ahora, su función era mantenerlas a todas trabajando y llevar la carga energética de su elemento. Tierra, Fuego, Aire, Agua...Éter. Siempre igual. Siempre arriba como abajo.

-Amor...-susurraba Galena entre lágrimas.

Pero eran lágrimas silenciosas, aquellas que apaciguan y calman los sentidos y la mente. Al cerrar los ojos, Galena vio como Cloud apareció detrás de ella, en medio del jardín, por sorpresa. Apenas acababan de presentarles y ya se habían roto todos sus esquemas. Cloud no podía dejar de mirarla y ella deseaba convertirse en cualquiera de las gotas de agua de la fuente en la que en aquel instante se hallaba perdida, en aquel jardín. La cogió por detrás y se acercó dulcemente a su oído para decirle:
-La más hermosa de este jardín, creo que eres un sueño...

-Respira, Galena...-pidió Cloud mientras ella, como siempre, desfallecía.Cloud le acercó un bálsamo opiáceo para reanimarla. Siempre funcionaba. Sus besos devoraban las lágrimas una a una, las manos volaban en frenesí, perdiéndose en el vientre de Galena. Labios rojos sobre tez blanca, con el cabello larguísimo y ondulado, cayendo sobre la espalda y los hombros de ambos.

Abrazados en la noche, como dos fugitivos, se comen uno a otro. Se pierden en el alma que tienen en frente. Y Galena le pide una vez más, entre llantos y suspiros entrecortados: "no dejes que la maten". Porque sabe que si alguien toca lo más mínimo a una de sus compañeras tendrá que responder y no podrá evitar que caigan los que se pongan en medio. Pero no, aquella noche no. Seguramente sería la última velada que pasarían juntos, así que dejó de musitar y cerró los ojos. Para respirar por última vez el olor de su cuello, de su espalda... su esencia, aquella que se evaporaba cada amanecer. Tan inestable como el éter.

Comentarios

  1. Si supiera escribir una lágrima y un nudo en la garganta como el que tengo ahora te lo dejaría en el cuadradito en blanco de las palabras que tan bien hilas. Yo no soy tan buena, pero que sepas que me ha llegado al fondo de mi ser.

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