An earl grey on my table...



No era más que un moco cuando le dije a mi madre "Mamá, quiero aprender inglés". Seguramente lo dije con tono repelente. No me cabe duda. Acto seguido le dije que "how are you?" significaba "algo así como presentarse". Ella discutía, para variar.Pasó el tiempo y mi tío Migue se llevó el gato al agua, cuando la niña, ya entrada en los siete u ocho años, declaré que quería estudiar filología inglesa. De acuerdo, yo ya lo tenía muy pensado. Mi pasión era escribir, desde que tuve cuatro años y me dio por soltar aquella pedantería en el cole. Había quien quería ser policía, profesor, médico y demás profesiones relativamente normales, pero la profesora quedó tan impresionada con mi respuesta, que hizo quedarse a mi madre después de la hora de salida. Dijo que lo tenía tan claro, que estaba tan convencida y lo decía con tanta ilusión, que a una niña así no se le debían cortar las alas.

Lo de la filología ni recuerdo cuándo surgió, ni quién me dijo que ahí se estudiaba literatura. Ni por qué, aquel profesor del colegio me pilló manía por aburrirme en sus clases. Solo recuerdo a mi madrina, que por aquella época era una mujer de mundo, que había vivido en England (como yo decía), pues eso ponía en la dirección desde la que me enviaba cartas, se pasó por mi casa a revisar mi nivel de inglés, para ver si efectivamente, Don Vicente tenía razones reales para suspenderme. Su consejo fue "sabes más inglés que ese hombre, aprende a pasar desapercibida". Y así, con toda mi ilusión me volví a mi cuarto conjugando terceras personas del singular (he, she, it, siempre van con ese, cantaba como si fuera un juego). Pues bien, luego llegó la música. Cantar a lo whichigua nunca me apeteció mucho, así que comencé a estudiarme las letras de los cd's que conseguí comprarme. El olor a aquel talco que compró mi madre cuando era joven y se escapó a Londres, la lavanda fresca, las galletas de mantequilla. Las tazas con el sello de propiedad de la reina al fondo. Las cartas a mi madrina, el royal mail.

Así que, soñando con respirar el aire de libertad que sabía que se mezclaba entre la brumas del Támesis, el día que me rayé y me piré a Londres, en el avión y sola, fui la tía más feliz del mundo. Rosalie, la chica de al lado (yo misma me cuidé de acercarme a una con aspecto poco español) me explicó la diferencia entre "luggage" y "baggage". Aventurera como siempre, la gente me llamó loca. Otros me dijeron "solo los de filología inglesa hacéis ese tipo de locuras, debe ser vuestro carácter". Los campos verdes, salpicados de vez en cuando por casitas con sus respectivos jardines, se hacían hueco en mi ventanilla. Se empañaba, pues en pleno Diciembre, hacía un frio británico. Los bosques se perdían entre las carreteras que te llevaban a lo que Rosalie llamó "la Inglaterra profunda". Y yo me imaginaba a todos aquellos matrimonios de sesentañeros sentados tomando el té, en su sala de estar, con sus mejillas rosadas y sus pestañas y cejas rubias. 

El primer golpe de frio en mi cara, al bajar del avión, cargando con mi "baggage", una mochila medio vacía y poco más, desempañó mis ojos de golpe. Serían como las dos del mediodía, recién llegada a Gatwick y la noche iba cayendo hasta que alcancé Victoria, helada de frio, el gris de la ciudad, el anochecer repentino me pilló desprevenida, pues es una de las sorpresas que el resto de viajeros olvidan comentarte deliveradamente. Oscuridad y luces amarillentas, en medio de una lluvia fina que comenzaba a calar en lo más profundo de lo que fui. Frio conocido y humedad, una niebla que se colaba entre unas casas que no me parecían tan desconocidas. Y poner un pie en la calzada sin peligro de atropello al cruzar. Nada más llegar, el cabrón de mi casero me recogió en coche... con el volante al otro lado. Me llevó a casa. Extraño pronunciar esta palabra lejos de lo que se supone que debería ser mi verdadera "casa".

Olvidarme del resto del mundo, de que tenía família e incluso amigos... mis días paseando en soledad por el centro, por la ciudad, recorriendo sin planos ni mapas sus calles, dejando que los británicos me cogieran del brazo cuando preguntaba por una calle y me dijeran que apenas parecía española, que no sabían realmente ubicar mi acento. Aquellas fotos en las que casi ni salgo yo... perderme y encontrarme. La fruta que apenas tenía sabor. Y mis consiguientes lágrimas por lo horrible de la comida, pero la vista de mi backyard, su verdor en medio de la lluvia me hacía olvidarlo. El earl grey en el hervidor de agua cada mañana. Anyway, as I was saying.

Hoy me dejo mecer de nuevo en las lágrimas de vuelta de casa, en las lágrimas que se mezclan con la lluvia, en las luces reflejadas en los charcos. Sobre mi mesa hay una tetera a medias, con un Earl Grey compartido, que no sabe del todo a casa, pero se le parece bastante. I think so.

Comentarios

  1. Y la niña perspicaz y soñadora creció para convertirse en una persona maravillosa que de vez en mes recuerda y extraña su hogar en Londres.. Qué prefiere el té al café! que tiene paisajes memorables tatuados en la retina y el Támesis en el alma...

    cuando se trata de elegir entre dónde deberías estar y dónde quieres estar todo se torna más complejo :P

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  2. Me ha gustado mucho el texto, el contenido (por empatía)y como está escrito, mucha claridad y muy bien articulado. Que suerte que lo tuvieras tan claro desde el principio, así es más facil vencer los obstáculos, muy entrañable lo de los cds.

    Yo con 15 años leía libros del s.xv en copia facsímil en catalán con tres diccionarios simultaneádonlos, no se me podía escapar nada.

    Lo de Inglaterra no lo conozco, pero sin conocerlo: hay que ser valiente.

    Saludos!

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  3. Cierra los ojos, aprietalos fuerte y desealo con todas tus ganas, pues puede ser que pronto tengas que usar paraguas todos los veranos y acostumbrarte a vivir en el pais donde las persianas no existen. En el fondo, mi segunda patria ;)

    Te amo

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