Lugar de Nadie


Una voz embotellada anuncia en varios idiomas la próxima salida de un avión a Ciudad de Méjico. Algunos pasajeros perdidos corren mientras escuchan su última llamada, y rezan a cualquiera de sus dioses, o la misma providencia divina de sus pies, para no perder el vuelo. Sheila está sentada en uno de los bancos metálicos, frente a la puerta de embarque. Las puertas "a", "b", "c" y todas las demás asoman detrás de los controles de seguridad que tanto odian los viajeros. "Sería genial poder viajar como antes" piensa Sheila "sin registros ni escáneres, solo con la mochila de uno y las ganas de volar a donde sea." se decía a si misma mientras veía a Raúl, uno de sus mejores amigos, partir de vacaciones a los Estados Unidos. Nada más y nada menos, ahí donde Colón perdió el mechero. Bueno, un poco más arriba. Más bien mucho. Aquel hubiera sido un buen momento para echarse un cigarro y observar cada una de las historias que se daban en aquel lugar. En el caso de que ella fumara, claro. Y bueno, si dejaran fumar en los aeropuertos. Así que simplemente disfrutó de su momento de soledad compartida. 

Una familia entera se abrazaba, una mujer con su hijo de no más de dos años coleccionaba lágrimas que no quería dejar escapar, para no preocupar mucho a sus acompañantes. Parecía que no se verían en una temporada. Y a juzgar por el color café de su piel y su pelo oscuro y brillante, quizás no volverían a pisar España si las cosas se ponían mal. Una parejita con sendas maletas se daban las manos que les quedaban libres, mientras caminaban sonrientes hacia el control de seguridad. Había cola, así que se pararon, y él le hizo una carantoña y le dijo que fuera sacando el pasaporte. Ella rebusca en su maleta, le da un pequeño pellizco en la mejilla y espera a que su chico busque el suyo. "Te dije que debías dejar que los llevara yo". Llevan ropa fresca, así que Sheila imaginó por un momento que se iban de viaje a algún lugar de clima cálido, quizás por Oriente próximo. Otra chica de pelo larguísimo y oscuro, con una maleta de mariquitas rojas se acerca a la cola y recoge su espesa melena en una trenza. Sheila era la primera persona que veía viajando sola. Llevaba un diccionario de inglés debajo del brazo y no tenía aspecto de tener más de 20 años. Se le escapó una lagrimita apenas perceptible al resto de gente, pero Sheila, que tenía toda la curiosidad y el tiempo del mundo, la vio. Y la joven se emocionó al ver en la pantalla de salidas el destino de su vuelo. Una mujer de unos 45 años acompañaba al que debía ser su hijo, moreno, alto, guapo. Perfectamente estereotipado. "Hijo, no comas gorrinadas". "Sí, mamá." contestaba él con la voz cansada. "Y no te vayas de fiesta más de cuatro días a la semana, que tienes que aprobar todo este semestre."...

Sheila suspiró. Cerró los ojos y las voces encontradas en su memoria, la lágrima de la viajera solitaria, la prepocupación de la madre, se estremecieron en su mente para formar un puzzle que apenas conocía. Cada pieza, cada voz, sonaba en su tono correspondiente y al unirse, la melodía más deliciosa sonaba de forma irrefrenable. Se unía con la megafonía de los avisos, de los vuelos, de las pérdidas de viajeros y ruegos. Las azafatas, altas y preciosas, como para ponerlas en una estantería de cristal y no moverlas, corrían de un lado a otro, elegantemente a pesar de sus tacones de aguja de color corporativo. Sheila recordó sus viajes y todas las veces que había cruzado la puerta de embarque y una tremenda melancolía invadió su ser. Ella no dejó escapar ni una sola lágrima. Aunque aquel lugar fuera un lugar de nadie, algo fuera del país y con algo de desfase temporal, casi como un círculo mágico, pero con aquella mezcla de melancolía, despedidas y reencuentros, amor que escinde en dos o a veces en más, miedo a la antipatía de la seguridad. 

Un chico de pelo oscuro, de no más de 20 años observa a Sheila. Es alto y prototípicamente guapo, aunque sus ojos, de un fascinanate color azul acero, casi metálicos y duros, están ligeramente caídos, bajo una mirada de chico tierno. Lleva el pelo algo largo, por debajo de la orejas, y algo ondulado. Mira a Sheila y piensa que sus labios son los más rojos que él nunca haya visto, y se pregunta por qué esa sonrisa se tuerce a veces mientras mira a la gente pasar. Se pregunta por qué sus cejas se arquean con un gesto de tristeza cuando mira de lejos a una chica viajar sola o a una pareja cogerse de la mano. Se deleita con las ondas de su pelo y piensa en juguetear con él, mirar esos bonitos ojos verdes directamente y provocarle una sonrisa a esa boca que parece esconder más de un secreto. Se pregunta si aquello que está percibiendo con sus dotes psíquicos será cierto, si de verdad será una chica tan especial como realmente no aparenta a lo ojos de lo que no saben ver. Tira el cigarrillo al cenicero más cercano, atraviesa las puertas de cristal, que se abren automáticamente, como si estuvieran recibiendo a alguien importante, entra en la terminal y se desabrocha el abrigo negro que le llega hasta las rodillas. Se centra percibir sus emociones unos segundos antes de acercarse más. Una voz de mujer dice lejanamente en su cabeza "seguro que va a Irlanda" . Se pregunta si estará en lo cierto. Y, mientras Sheila se despeja la cara y se retira el pelo, Samuel

Sheila, sorprendida, le mira con sus ojos color musgo y piensa para sí misma "¿quién eres?". Mientras deja que el perfecto desconocido se convierta en alguien familiar, en aquel momento fuera del tiempo, en aquel lugar fuera de ningún lugar. En un lugar de nadie.

Comentarios

  1. Que me lees la mente compañera y ayer mismo en el aeropuerto mientras despediamos a los chicos, miraba yo a la gente observando que hacían. La parejita de la parada, con la maleta..

    Esta super bien escrito cariño. :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Siéntate y háblame. Si quieres puedo prepararte un café o un té. Nos podemos perder en sus líneas.

Entradas populares de este blog

Perlas, hojas de té, páginas en blanco...

Feliz partida y feliz reencuentro

Los Folios en Negro