Éter


De día la hierba fresca, besada por el suave rocío de la mañana, parece agua. Se funde con esa luz del sol que se atreve a despertar al mundo. Lo que de noche es una negra extensión de césped, como si de una placa de obsidiana se tratara, de turbias intenciones para con mi subconsciente, releo en los renglones que los Dioses han puesto ante la ventana, para mi, el momento exacto en el que me encuentro. Y me sorprendo a mi misma pensando "éste sería un buen momento para fumar". Si fumara, claro está. Pero ¿qué importan mis pulmones ante la hierba convertida en río? pues los árboles merodean a su alrededor, cercando lo que a mediodía es verdor puro, para engañar a mis sentidos. Una vez más, sola ante los laberintos de la vida. ¿Qué importa la tragedia de ser humano? o tan siquiera, un ser humano que desea convertirse en humo, buscando llenar sus pulmones.

Si sigo mirando al horizonte, veo las montañas que recortan el comienzo de la luz, esa blanca transición entre la muerte de la noche y el renacer del día. El mundo comienza a moverse más y más deprisa. O quizás sale de su letargo. O puede que realmente siga en su pasmosa lentitud, dejándonos atónitos, haciéndonos lentos a los pobres seres que miramos con ojos infantiles cada rubor del Sol. Y me imagino que las montañas no tratan de interponerse entre el horizonte y yo, me pregunto cómo sería sin montañas y una extraña sensación de volverme horizonte yo misma me invade. Estaba dentro de una piedra, de una hermosa pieza plateada y gris oscura, como yo. Brillo nocturno, luz reflejada en la negrura de tu cuerpo. En casa, donde realmente no importan mis pulmones ni si mi aliento empaña de nuevo el cristal de la ventana. Las yemas de mis dedos tocan el frío cristal para abrir la ventana, y una brisa fresca quiere despertarme por la mañana, asombrarme en medio de mi búsqueda del horizonte. Pero sigo abriendo la ventana despacio. Zoom. Llega al tope. Asomo un poco más la cara en un loco intento de descubrir el misterio de qué guardarán las montañas. Mi mirada curiosa se desvanece evadiéndose de la realidad tangible, hasta del amanecer de película, de novela.

Y cuando el horizonte y yo somos uno, me pregunto cómo será ser una palabra, una elevación del signo gráfico, una melodía hecha voz, tacto, olor, esencia. La materia de la que están hecho el arte, el éter que forma las estrellas, estrellado en una hoja de papel, que por momentos se desvanece por el horizonte. La quintaesencia con la que los magos quieren acercarse a Dios en cada espacio sacro. Y me siento más yo, siento mi alma vibrar, en medio de un momento fuera del tiempo. Quiero ser palabra, quiero hundirme en el blanco del papel, quiero atravesar con mi cuerpo cada uno de tus espacios, recorrer los lugares más recónditos del planeta, ser una estrella que al moverse, dijo Platón, crea una perfecta armonía con sus movimientos. Muevo los dedos sin darme cuenta, quiero morirme en el papel. Dejar mi cuerpo lejos y volar como nunca ha hecho mi alma. Mis ojos se cierran y buscan de nuevo la piedra. Gris y dura, que se quiebra con algún golpe en el punto exacto. Mi pelo se mueve con el viento que se atreve a sacarme de mi ensueño, ya que mi cuerpo de cristal está pegado al suelo, al menos una parte quiere salir por la ventana. Las yemas de mis dedos recorren el frío metal que cierra en un zas la ventana y con paso firme, me descuelgo de esta locura, la guardo en lo más profundo, para ponerla sobre unas páginas y renacer y morir cada día por mis letras. La puerta de la habitación se cierra detrás de mi. Punto y aparte, dijo mi Olivetti.

Comentarios

  1. Y el resto de los mortales, que solo podemos aspirar a soñar con lo que tu plasmas en estas lineas te miramos desde abajo, columpiandonos en la locura de tus palabras bañadas con la quintaesencia que siempre reflejan tus ojos.

    Te amo.

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