Desarrollando personajes
Esto es un fragmento de mi siguiente novela, muy poquito lo sabéis, pero para todos los que me preguntáis "¿dónde te has metido? ¿ya no escribes? ¿y tu blog?" pues aquí tenéis un pequeño adelanto. Espero que os guste, desate vuestra curiosidad lectra y pronto pueda compartirla al completo con vosotros. Un abrazo :)
No
lo vuelvas a hacer, por favor...-le pedí tendida en la cama con un
hilo de voz
Miraba
la ventana fijamente, mientras él, avergonzado y de espaldas a mi,
se ponía los pantalones sentado al borde de la cama. Le daba la
espalda, no podía mirarle a los ojos. Le escuché un suspiro de
abatimiento. Cuando se marchara no tendría lugar al que ir, no
tendría montaña en la que esconderme. Y él lo sabía. James le
había encargado que pasara la noche conmigo para cuidarme porque él
estaba fuera, por si necesitaba algo o había algún problema. Me
acompañó de la fiesta a casa en su coche, con mucha amabilidad y
delicadeza, y aunque sabía que se tenía que quedar a dormir, me
preguntaba si le molestaría pasar la noche en la habitación de
invitados. No sabía cómo decírselo, así que llegamos a la puerta
y le comenté que no me sentía bien durmiendo sin James. Estaba tan
cansada por la fiesta, y había bailado tanto, bebido bastante... y
aguantado unos cuantos estúpidos comentarios de varias personas
acerca de lo bien que encajaba con James siendo su nueva ayudante y
traductora, que simplemente quería caer en brazos de Morfeo lo antes
posible.
La
entrada estaba a oscuras y yo cogí el candil y unas cerillas que
siempre me dejaba a mano. Mike me ayudó a iluminar el salón y
cuando terminó se sentó en el sofá. Le di las gracias y me senté
a su lado.
-Tengo
mucha suerte de estar contigo esta noche-dijo mientras se quitaba los
zapatos y la pajarita.
-Claro,
muchas gracias por todo, estoy algo cansada, pero quizás quieras
comer algo o beber algo-
-No,
precisamente no hay nada en tu despensa que pueda interesarme-dijo
descaradamente
Acercó
sus labios a mi cuello y me besó. No supe cómo pararle, pues
realmente, aunque teníamos una especie de relación, no sabía en
qué términos había pactado todo aquello con James.
-¿Crees
que James estará bien? lo cierto es que esta época del año es
horrible para ir a Manchester, aunque solo sea por unas semanas. Y él
es tan friolero...-comenté a propósito
-¿Quieres
dejar de pensar en James por un momento? -dijo con tono de
crispación-Hoy estoy yo aquí, es como una alineación de los
Astros...y ya sé que le quieres.
-Es
tu amigo, pensé que no te importaría. Os queréis-añadí sin
entender muy bien por qué estaba tan molesto
-Lucy,
le quiero, es como mi hermano, pero hay cosas donde no nos entendemos
tanto... -no deseaba escuchar a Mike hablando mal de James
-Entiendo...-dije escuetamente
-En
serio, mejor dejemos el tema
-De
acuerdo-contesté rápidamente
Traté
de desviar la atención a ciertos asuntos de clase, pero el maestro
de agua, con alguna que otra copa de más, no tenía intención de
analizar reportes. Asumí entonces que se quedaría a dormir cerca de
mi, que no aceptaría estar lejos de mi cama. Le pedí entonces que
subiera conmigo y me siguió hasta mi habitación. Miró los juguetes
del cuarto, la casita de muñecas que James me había regalado, los
ositos de Hamley's y sonrió con una mezcla de dulzura y triunfo. Me
miró de nuevo, repitiendo que tenía mucha suerte. Siguió mis
movimientos hasta la cómoda, de la que saqué un camisón. Pensé en
cambiarme en el cuarto de baño, pero Mike se sentó sobre la cama y
miró hacia el suelo, así que entendí que podía hacerlo allí
mismo. Así que me di la vuelta y me metí detrás del biombo que
tenía cerca del armario. Noté sus ojos clavados en mi espalda, pero
no me atreví a rechistar. Había pasado vergüenza al desnudo con
James durante algunos años. Hacer el amor había sido algo complejo
para mi, controlar los deseos de mi alma que no se correspondía con
mi cuerpo adolescente. Había llegado de su mano a la cima del
placer, entre los encajes de mi cuarto, las muñecas, las caricias
furtivas. Poco a poco habíamos ganado la batalla a la diferencia de
edad, haciéndome perder el miedo con cada caricia. A golpe de besos,
piel con piel, me ayudó a responder a los instintos de mi ser.
Habíamos llenado noches inconclusas hasta saciar finalmente su sed
de mi.
Y
ya no sentía vergüenza con James, pero habían pasado dos largos
años y medio de castos besos en la frente y caricias por encima del
camisón. Nunca tuve queja de Mike, no había reclamado su espacio en
este terreno. Pensé que si estaba en mi habitación sería porque
podía hacerlo, sin más. Así pues, cuando hube colocado mi vestido,
enaguas y corsé en el armario, me eché el camisón encima, salí de
detrás del biombo y le indiqué que ya podía levantar la vista.
Miró cómo cepillaba mi pelo sentada en el tocador. Me quité los
pendientes y guardé mi collar en una cajita de nácar y madera.
James hubiera cogido el cepillo él mismo, pero el profesor de agua
simplemente me miraba embelesado a través del espejo, mientras yo le
sonreía. En ciertos momentos no tenía muy claro si estaba molesta
por que ejercía el papel de niñera que James le había encomendado
o porque sentía cierta rivalidad entre ellos. Y aquel era uno de
esos momentos, en los que no sabía qué límites establecer.
Abrí
la colcha y las sábanas. Observé que la madre de James había
escogido mi última ropa de cama de los colores de Grecia: azul y
blanco y de tejidos muy suaves. Hacía juego con las cortinas que
daban a la calle y cubrían la lluvia del exterior.
-Dormiré
contigo esta noche, Lucy -pidió
-Quizás...no
sea lo más indicado. Te agradezco mucho tu compañía -añadí.
-Bueno,
entiendo.-hizo ademán de marcharse-Aunque...me hace mucha ilusión,
ya sabes.
Finalmente
y sin querer ver su cara de resignación por más tiempo, accedí a
que durmiera conmigo. Me moví hacia el sitio de James y le dejé el
mio propio, al lado de la ventana. Se quitó la camisa y los
pantalones y entró en la cama. Me abrazó y por alguna extraña
razón me sentí reconfortada. No me atrevía a moverme y él parecía
pensar que me rompería con cualquier mínimo movimiento. Se colocó
de lado y puso su boca sobre la mía, de forma muy leve, muy
despacio. Le besé y me aparté pronto. Pero él suspiraba y me
buscaba más, con sus manos en mi cintura, el abrazo dejó de ser
tal. Respondí a regañadientes y me di la vuelta para indicar que
era hora de dormir. Pero me apretó contra él y comenzó a hablar en
mi oído:
-Lucy,
te quiero. Desde hace mucho tiempo. Lo sabes, sabes que te quiero.
-Lo
sé.-pero en aquel contexto me estaba resultando difícil ser
cariñosa
-Quiero
cuidarte, que estés bien, no pasará nada malo...-añadió mientras
besaba el lóbulo de mi oreja
-No
necesito que nadie me cuide, soy muy capaz yo sola, discúlpame
-No
es cierto, Lu. Si tú me dejaras...
-Bien,
entonces respóndeme, por favor...¿Por qué nunca viniste a buscarme
a Whitechapel, si tantas ganas tenías de cuidarme?
-Por
Dios, sabes que un hijo de lord no puede pisar esos barrios...
Me
separé del él un poco más y él continuó paseando sus manos por
mi cadera y luego por mi espalda. No estaba segura que quisiera
seguir con el baile.
-Mike,
no me toques-le ordené de forma brusca
-Déjame,
por favor, no me niegues esto...-sus manos ya buscaban el borde de mi
camisón
-Para,
no quiero seguir-pedí de nuevo de forma firme
Pero
ya no tenía intención de dejarlo, me agarró de las muñecas y
movió mi diminuta figura hacia sí. Di patadas a la colcha y las
sábanas con la intención de escapar, pero Mike no dejaba de decir
cosas como "si con él lo has hecho, conmigo también
puedes...". Me cogió de las caderas y con el otro brazo por
debajo del pecho, sujetándome y deslizando sus manos por mis
piernas. Levantó el camisón lentamente, mientras yo le pedía de
nuevo que no continuara. Sentí su cuerpo sobre el mio cuando el
camisón ya se había enredado con el resto de las sábanas. Le fue
fácil, estando de lado y en mi espalda, tumbarme boca abajo y
ponerse sobre mi, pues decidí dejar de dar patadas que no me
estaban resultando de ninguna utilidad. En aquel momento la
frustración se transformó en lágrimas calladas, de rabia.
Su
respiración agitada sobre mi cuello hacía temblar todo mi cuerpo.
Pensé que no era él, sino un hombre desconocido, cualquiera de los
grados altos que pasaban por los pasillos de la Escuela mirándome de
aquella forma. Pero su cara seguía ahí cuando abría los ojos y
todos los paseos y cartas y galanteos no tenían sentido. Las risas
en las tabernas entre pintas ya no estaban. Nunca pensé que
alcanzaría ese estado de súplica, aunque se lo pidiera en voz baja
y entre lágrimas. No supe muy bien cómo se deshizo de toda su ropa
y su mano bajó hasta mis pechos. Los tomaba y acariciaba sin mucho
cuidado, y yo pensé para mi misma "ha bebido mucho, no está
pensando en hacerte daño". Pellizcó mi pezón y jadeó
triunfante, y cuando me quejé paró, pero su mano siguió su camino
hasta mi obligo. En mi vientre me cogió de la cadera mientras yo
continuaba oponiendo resistencia. Se agarró a mi cadera como si
fuera suya, como si se tratara de las riendas de su caballo y aquello
me enfureció. Callaba mi voz con más besos, mientras las lágrimas
mojaban la almohada y su mano bajó definitivamente a mi sexo, donde
comenzó a moverse en busca de un placer que no llegaba. Me pidió
que abriera mis piernas para seguir tocándome y yo obedecí como una
niña asustada. No paraba de decir que no me haría daño, así que
en ciertos momentos relajaba el ritmo y me besaba más despacio.
Cuando
se cansó de usar sus manos en mi cuerpo debió decidir que era
momento de pasar a algo más y así lo hizo, pero para entonces yo ya
no me quejaba, sino que seguía callada esperando su próximo paso y
preguntándome en que momento pararía. Perdí la noción del tiempo
y de mi propia sensibilidad corporal, dándole gracias a las piedras
que me velaban cada noche, al gran cuarzo y las turmalinas que
formaban un refugio en mi habitación y que James había colocado tan
cuidadosamente. Me encerré en ellas y apreté los puños. Pensé en
James, en su mirada y su sonrisa, en su abrazo protector que me hacía
sentir en casa. Y entonces Mike se cansó y, con un último jadeo
cayó rendido a mi lado, en el lado de la cama de James. Me eché de
lado, dándole al espalda y rezándole a mis Dioses para que no
quisiera abrazarme, pero él ya había extendido sus brazos hacia mi
y acariciaba mi pelo. Se quedó dormido al poco tiempo y yo conseguí
separarme más de él. Me acurruqué entre las sábanas, sin poder
dormir demasiado, y simplemente esperé a que rompiera el día y él
se despertara. Las horas pasaron lentas y lloré en silencio hasta
que la mañana despuntaba entre las cortinas de mi habitación. Era
domingo y Mike había dormido pocas horas, así que supuse que no le
esperaba nadie temprano ni tenía ningún compromiso. No tuve ganas
de moverme, tan valiente que me creía a mi misma, estaba totalmente
paralizada y traté de acompasar mi respiración, evitar cualquier
crisis pulmonar o contratiempo. Por fin se agitó su respiración y
con un movimiento brusco, sentí que ya estaba despierto. Traté de
hacer como que dormía, de no hacer muy evidente mi sollozo, pero él
se dio cuenta y trató de abrazarme.
-Shhhhh...no
tienes que estar triste, pequeña, es normal que te asustes-trató de
consolarme sin mucho éxito
-Suéltame,
por favor...
-Todo
va a estar bien, vas a estar bien, Lucy...shhhh-me consoló de nuevo
Pero
dada mi reacción se alejó de mi al instante
-¿Qué
te pasa?
-No
quiero hablar de ello ahora, lárgate cuanto antes.
-¿Cómo? Pensé
que...
-Pues
pensaste mal.-le corté bruscamente
Me
abrazó de nuevo y se encontró con una piedra, inerte y
sin emoción alguna. Me besó el lóbulo de la oreja y después el
cuello y entonces se dio cuenta de qué estaba sucediendo:
-Entiendo...-se
le rompió la voz y se me antojó consciente de sus actos por fin
-Márchate,
por favor -le pedí de nuevo
Se
levantó sin decir una palabra más, mientras la habitación iba
iluminándose con el día que nacía. Se vistió dándome la espalda
y sin decir más se marchó. Escuché el portazo y dejé pasar las
horas en la cama. A mitad de la tarde Jane llamó a la puerta. Me
eché una bata sobre el cuerpo y fui a abrir. Resultó muy agradable
verla aparecer, aunque me preguntó qué hacía en la cama a aquellas
horas.
-No
esperaba a nadie, realmente ha sido una sorpresa verte -me justifiqué
-Te
noto rara, Lu -me miró con los ojos entornados a modo de
interrogatorio
-Bueno,
me duele la cabeza, anoche se me hizo muy tarde, ya sabes, la fiesta.
-Ya,
pero la fiesta no terminó tan tarde...-realmente a Jane no se le
escapaba una y yo no tenía ganas de hablar de nada realmente-¿A
quién debo matar?
-Jane,
querida, no eres mi padre, creo que está todo bien, solo me duele la
cabeza un poco...y creo que me estoy resfriando
Jane
no dijo nada más, parecía estar dándose cuenta de algo más allá
de mis palabras. Se levantó y miró por la ventana. Tras esto
decidió preparar té y tostadas, que comí con calma mientras ella
seguía tratando de tirar de mi lengua.
-Jane,
ya está, para, por favor.
-¿Es
culpa del profesor Douglas? puedo hacer que mi padre le
arreste...anoche estabas estupendamente
-No,
sabes que él está de viaje
No
sé si ella ató cabos de alguna forma, pero sin más se sentó en el
sofá a mi lado y me abrazó. Quizás ni siquiera sabía por qué me
estaba consolando, pero Jane tenía la capacidad de ayudar a
recomponerme.
A
lo largo de las semanas pasó Dean por casa a tomarse un té y
también Jamie a traerme unas cartas de James que habían llegado a
la mansión Douglas. Estuvo muy divertido y me preguntó si Mike
Donald estaba pasando allí las noches y yo simplemente le respondí
que no...debía haber recibido órdenes de su hermano, pues él mismo
pasó alguna noche en mi casa, en la propia habitación de invitados.
Y así pasaron los días, con la normalidad y la mesura de un reloj.
A las cinco un té con Jane. A las siete la cena. Algo ligero. Hasta
que llegaron cinco cartas de Mike a la vez. La primera tenía la
letra confusa y temblorosa. Me pedía disculpas y estaba llena de
borrones, por lo que no la pude leer con detalle. Las siguientes eran
elaborados poemas que parecía que había mandado escribir a algún
artista...el mensajero me entregó también un ramo de rosas blancas.
Se me escaparon las lágrimas y las dejé en un jarrón de la cocina,
haciendo caso omiso a mi primer impulso de tirarlas por la ventana.
James
llegó dos semanas después y se pasó a cenar por casa una noche.
Intenté que no me notara rara, reí con sus chistes del
conservatorio y las excentricidades de los profesores que debían
concretarle las fechas de conciertos y ayudarle a preparar las piezas
que tocaría en Londres. Debía regresar a la Escuela para hablar
acerca de las fechas inmediatamente y después pasaría por su casa
"para no dejar a Elizabeth esperándome", pero prometió
que en unas horas estaría en mi cama. Siempre igual, charlaba con su
mujer y quizás cenara algo ligero y entonces, cuando ella se
retiraba a dormir, él se quedaba en su despacho, que tenía una
hermosa cama habilitada para mi. Entonces probablemente saliera por
la escalera del servicio y cogería a Akiles hasta casa. Se marchó y
yo no pude esperar más horas. Pensé que tendría ganas de estar
conmigo y terminaría pronto sus asuntos, así que me dirigí a la
calle y me eché a andar hasta que tuve su ventana enfrente. Había
tardado más de una hora caminando, y tras comprobar que la de su
mujer estaba a oscuras, subí por la parra cuyas ramas llegaban hasta
dar un salto dentro de su despacho.
En
efecto, estaba terminando unos asuntos allí mismo, y yo no pude
hacer otra cosa que desvanecerme. Llevaba su camisa preferida y yo
aquella que tanto le gustaba a él. Me miró con sorpresa:
-Canija,
no te esperaba aquí.
-James...
-Lu,
no iba a tardar nada en ir a casa, pero Jane ha estado aquí...me
comentó que has estado raras estos días...
No
pude articular más palabras, sollocé al instante y las lágrimas
comenzaron a recorrer mis mejillas de nuevo. Él preguntó, como es
lógico, pero al ver que no hallaría respuesta, se limitó a
abrazarme sin más explicación. Se ausentó un instante y volvió
con un barreño con agua que parecía de rosas y jazmín. En la otra
mano llevaba una botellita de aceite. Mary, su ama de llaves trajo
unas toallas limpias, las dejó sobre su sillón Luis XVI y se marchó
cerrando con llave la estancia. James cerró los libros sobre su
escritorio y sin mediar palabra comenzó a quitarme la ropa muy
despacio. Sin apenas tocarme, con las manos temblorosas. Cuando mis
enaguas cayeron sobre el parqué junto con la falda y la blusa, él
sacó una esponja marina y me roció la piel suavemente con aquella
fragancia. Me besó la frente y, extrañada, me pregunté que tipo de
antiguo ritual familiar estaba llevando a cabo. Sin darme cuenta de
nuevo lloré, pero me paré a mi misma, me serené y comencé a
sentirme mejor. Una energía reconfortante invadía cada poro de mi
piel mientras James perlaba mi cuerpo con aquella tibia sustancia. Al
finalizar me arropó con una de las toallas blancas. Me abrazó y me
besó en la frente. Abrió la ropa de cama, echó la otra toalla
encima y me pidió que me tumbara sobre ella, con voz cálida y
dulce. Así hice y James se ungió las manos con aceite, que también
olía muy bien, aunque no sabría decir a qué y recorrió mi cuello
con sus dedos, después mi pecho, bajando por mi abdomen. Me pidió
que hiciera esto yo misma con mi sexo y después él acarició mis
piernas después. Me pidió que me diera la vuelta y repitió todo el
proceso. Sus manos enaceitadas eran como plumas, como caricias de
seda que calmaban cada parte de mi alma. Al finalizar, me coloqué
mirando hacia el techo y James me besó por todo el cuerpo muy
levemente, sin apenas rozarme. Sin saber muy bien por qué, comencé
a sentirme muy cansada y mi respiración acompasada me hundió poco a
poco en un sueño repentino, como si alguien me durmiera de golpe.
James
durmió toda la noche separado de mi, en el Luis XVI. A la mañana
siguiente había llenado la cama de pétalos de rosa, lirios y otras
flores blancas. Se sobresaltó cuando me desperté e imaginé que una
de sus piedras le avisaron, así que se levantó del sofá y se
acercó a mi.
-¡Amor!-dije
con sorpresa.-¡Está todo precioso! -Mandé a Elisabeth con su madre
unos días... el servicio ya sabe que estás aquí, pero si lo
prefieres podemos volver a casa.
-No
quiero incomodarte...
Lo
cierto es que aquel despacho, tan lejos de la habitación de su
mujer, ya era prácticamente como mi casa, pues además de cama,
tenía muchas comodidades, como si de un pequeño apartamento se
tratara, con su propio baño y aseo al lado, incluso un pequeño
armario con mi ropa escondido en la misma decorada madera noble que
cubría todas las paredes.
-Pequeña...-suspiró
James
-Podemos
ir a casa si quieres...-sugerí al fin, cuanto antes volviera allí,
antes dejaría de recordar las terribles escenas
-Lo
primero sería pedir uno de esos desayunos que tanto te gustan a Mary
Y
así. la misma Mary subió unas tazas de té para desayuno con un
poco de leche, unos huevos revueltos, unos champiñones a la plancha
y mucho pan con mantequilla.
James
parecía preocupado mientras me miraba comer, pero trataba de
disimularlo con comentarios absurdos. Así que comenzó de nuevo el
interrogatorio. Y yo sabía que tarde o temprano encontraría la
forma de que se lo contara, así que salté de un tema a otro con la
esperanza de que se rindiera y aunque la paciencia de James era
inagotable, dejó de preguntar.
-Bueno,
Lu, hagamos algo ¿quieres? mañana es domingo, así que podemos ir a
dar un paseo por el Mercado de Camden, podemos ir a ver a tu Kionhe,
la cuidamos...-propuso muy animado
Asentí
con una sonrisa.
-Bien,
entonces, ¿qué te parece, muñequita, si esta noche te llevo a
cenar y después vamos a casa? Puedo aburrirte todo el día con mis
historias del conservatorio...
-Sí,
amor, salgamos-le pedí con dulzura
Y
pasamos parte del día en aquella cama, tirados entre risas y sus
historias de rebelde estudiante, cuando andaba matriculado en derecho
por contentar a su padre y en el conservatorio de forma clandestina,
hasta que llegó la hora de salir a cenar. Iríamos al Rules, uno de
los más famosos lugares de cocina inglesa, que aunque James la
odiaba profundamente, siempre reconoció que aquel restaurante sacaba
buen partido de "esas vacas que pastan en esta isla verde",
como él decía.
Un
mozo nos llevó a la mesa de siempre, en el primer piso, con vistas a
la calle, pero retirados del resto de la gente, y nos sirvieron el
mismo francés vino que James siempre pedía. La chimenea y los
candelabros titilaban en su intermitente fulgor, mientras sonaba un
choque de copas entre nuestro vino francés. Una fina luvia bañó el
cristal uno media hora y luego de nuevo se despejó el cielo.
-Jane
me contó que has tenido problemas, pero no me dijo de qué
tipo...-dijo al fin
-James,
no insistas, está todo bien...-dije escuetamente
-No
puedo obligarte a que me lo cuentes...o realmente si, soy tu tutor en
la Escuela...pero no lo haré-rectificó cuando levanté una
ceja...-Así que dime qué pasa, Galena.
Había
temido durante toda la noche aquel momento, en el que James
encontraba la forma de hacerme hablar. Pero no podía permitirme que
un incidente desencadenara un escándalo cuando James entrara en el
despacho del profesor Donald y le mata con sus manos. No quería
manchar de aquella forma su carrera, de ninguna manera. Así que le
miré a los ojos y traté de parecer convincente:
-Mike
se ha enfadado conmigo, no pasa nada más. Hemos peleado.
-¿Tengo
que partirle la cabeza?-respondió justo como yo imaginaba
-No,
amor, solo...son cosas normales, ya sabes que a veces soy algo terca,
ya me conoces. Se enfadó porque no quise acompañarle al teatro el
otro día...le dije que estaba algo cansada.
-¿Es
idiota? ¿Por qué se enfada por eso?-dijo James furioso, soltando el
cubierto sobre su plato
-Amor,
no pasa nada, ya se ha disculpado, una discusión estúpida. No te
preocupes, ya sabes que me gusta encargarme de mis propios asuntos...
James
cogió su tenedor y continuó comiendo despacio, mirándome con una
expresión difícil de descifrar. Aquella noche, mientras las copas y
el vino del Rules brillaban en nuestros ojos no hablaríamos más del
tema. Las imágenes se disiparían de mi como la suave llovizna. La
voz de Mike desaparecía y se alejaba con los cascos de los caballos
que pasaban por la calle de abajo. Y James no volvió a sacar el tema
nunca más. Y tal y como mandaban las antiguas tradiciones de sus
Dioses, no volvió a acostarse conmino hasta pasadas dos ciclos
lunares. Cuando por fin lo hizo volvió a llenar la cama de pétalos
de rosa y acarició todo mi cuerpo con una rosa consagrada a
Afrodita, prendiendo una vela en un pequeño altar que él mismo
había instalado en el dormitorio de casa, ante mi asombro, pues
James no era un mago muy devocional. Mike no volvió por casa durante
todo ese tiempo ni volvió a invitarme a salir, se limitó a darme
clase.
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