Diana


—Dame la mano y finge que eres mi novio.

Diana llegó a mi vida como una estrella fugaz. Así como llego se tuvo que marchar. Dicen que la vida son sincronicidades. Algunos lo llaman casualidad. Todavía no me he planteado si fue lo uno o lo otro. Si alguna vez el destino tiró de las hebras del tapiz de mi existencia, fue cuando Diana se cruzó en mi camino.

Volvía a casa después de una intensa noche de trabajo. El trabajo de vigilante de párking me tenía la espalda destrozada pero ¿qué podía hacer hasta que terminara mis estudios? Algunos eran jóvenes y libres. Otros solo jóvenes y pobres. Y si le añadimos un horario nocturno y un trabajo mal pagado con muchas horas libres y pocos amigos, la cosa se complica.

Arrastrarba los pies hacia mi coche. O la lata con ruedas de segunda mano que había heredado de mi padre. Pasé por el párking de la facultad. Miré el edificio de la Facultad de derecho y le dije "bueno, mañana nos vemos muñeca" y fue entonces cuando Diana, como decía, pasando como una estrella fugaz atravesó mi atmósfera y me dió la mano.

No hice preguntas. No me dió tiempo a decir nada porque comenzó a reirse, como si hubiera contado el chiste más gracioso de la historia. Se reía, aunque fingiendo, y llenaba la calle con el eco de su voz. Paseamos con las manos entrelazadas como si nos conociéramos desde siempre. Quizás así era, o así lo quería ver mi conrazón. Al girar la calle y cambiar a una avenida principal, por cierto algo alejada de mi párking y lo que yo llamaba mi coche le pregunté:

—Espera.—le dije.—¿Quién demonios eres?
—Perdona. Me llamo Diana. No hay tiempo. Me persigue un acosador. Es un compañero de la universidad. Verás...he salido con unas compañeras,—me atrapó más fuerte la mano con sus diminutos dedos—y no ha entendido que no significa no.
—Ah...entiendo.—pero no entedía nada.—¿Y le has dicho que "no" de forma contundente?
—Soy filóloga. O lo seré algún día. No sabes cuán literal piede ser una filóloga.—Se le entrecortaba el aliento mientras hablaba—Así que, finge, por lo que más quieras. Finge.

La luna brillaba en los cristales de los coches aparcados en la Avenida Aragón. El campo de fútbol del Mestalla me recordaba dos cosas: mis borracheras de los juevesdespués del fútbol y mi época de camarero, donde el que bebía y veía el pertido ya no era yo. Me concentré en la chica que había caído de alguna parte y me cogía de la mano y hablaba y me miraba mientras yo asentía. Fui a girarme para ver al perseguidor y mi recién encontrada novia me tomó de la cara para que no mirara.

—Pero disimula, hombre. Y camina. Vamos.

—¡Sí mi sargento!—protesté entre divertido y extrañado.

Y lo cierto es que en medio de la calle, con las farolas vistiéndola de luz anaranjada, sentí el miedo de mi acompañante. Creo que pensé que debía ser una gran putada ir por la calle sola y con miedo. Pensé que Diana no había aprendido que no era buena idea salir sola con un vestido tan corto y siendo tan guapa. Entonces supe que aquel rostro de niña de ojos claros y esa melena corta negra me harían una herida en el alma que no sanaría nunca.

El individuo que la perseguía parecía no cansarse y ella seguía haciendo zis zags por las calles, sin pasar por el río, que tiene zonas oscuras. Yendo y viniendo en un baile de madrugada que parecía no tener fin. En una de esas vueltas, me dijé que el chico en cuestión se había mareado tanto como yo. Y la buena notícia era que en algún punto de nuestro paseo, había desaparecido.

Diana se sentó en un banco con sus suspiro y sentenció:

—¡Por fin se fue! Eres libre, desconocido.—Se dibujó una hilera de dientes en forma de sonrisa.

—Gracias. Pero mi coche está donde Cristo perdió el mechero.

Debió hacerle gracia la ocurrencia. Aunque para mí no era tan gracioso. Aquella noche aprendí lo que era hacerla reír y la música que salía de sus labios cuando estallaba. Y mi universo también explotó.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Perlas, hojas de té, páginas en blanco...

Feliz partida y feliz reencuentro

Los Folios en Negro