La danza del fuego



"Un día más en el que no me matan" pensó Abigail, sentada en la mesa de madera frente al fuego. Su prima le había dejado un plato de comida y sus manos se había rozado. Se acercó el pan y los cubiertos, mientras la trenza de aquella desalmada se perdía contoneándose dentro de la caravana. Abigail intentó no pensar más ello y como buena esposa, con un gesto de mano deshizo el pensamiento de los ojos verde aceituna que se clavaban en su alma. Su marido era un buen hombre. Tenían un niño de menos de tres años y otro que venía en camino. Si la luna le permitía y su vientre seguía creiendo, pronto le daría otro hijo. Aunque aún no se le notaba ni se lo había dicho a Sacra.

—Hijo, cúchame bien.—la vieja Carmina levantaba la mirada y todos los adultos callaban. Era tan temida como respetada—Lo primero, niño, cómete ese puré que buen trabajo le ha costado a tu mae—el niño al que regañaba cogió la cuchara se puso a comer—Ahora.

Las llamas crepitaban y la noche se iba posando poco a poco, regalándoles el calor de la música que al marido de Sacra le salía de las manos y de la guitarra. El niño terminaba de comer mientras el resto correteaba entre las caravanas y Abigaíl daba las gracias una vez más por estar viva. Alguno de los críos se quejó porque quería al al pueblo a verse con otros niños. Ésto le molestaba mucho a Carmina y siempre decía las mismas cosas:

—Déjate de pueblos, niño desagradecío. ¿Tú sabes de dónde viene tus anecestros?—el niño asintió, harto de oír la misma cantinela, pero no se atrevió a rechistar y dejó a la viaje hablar—Nuestra gente viene de siete famílias de un lugar muy lejanos. Nuestro techo son las estrellas y el manto celeste. Nuestra magia son los caminos. Cuando Jahvé se levantó y dijo ser el dios único le pidió a todos los pueblos que renegaran de la magia. Tus antepasados, niño, le dijeron que le reocnocían, pero que no íbamos a renunciar a la magia, a la chispa de vida que nos hace ser lo que somos. Fue así como nos echamos a los caminos y nos hicieron malditos.—la anciana hizo una pausa dramática—Tu pueblo somos nosotros. Nuestra magia son los caminos y el viento nos mueve de un lao a otro. Así que déjate de ir al pueblo ya.

El muchacho la dejó terminar y se marchó con una colleja de su madre, que se molestaba cada vez que ponía cara de impaciente cuando Carmina hablaba.

—Sacramento, écate un cante, mujer.—dijo el marido de Sacra comenzando a palmear—Dale mujer, dale.

Sacra le sonrió y se levantó obediente. Abrió la boca y rasgó el aire. Miró al cielo saludando a las estrellas y se empezó a deshacer la trenza, abiréndose la melena negra y mirándo a Abigail:

—Tú me vas a buscar la ruina, mujer. Tú me vas a traer desgracia, mujer—la letra la sabían todos pero Abigail se preguntaba por qué había decidido cantársela a ella aquella noche.

Abigail le apartó la mirada y dejó que las llamas de la hogera bailaran en su corazón. El viento meció las fuego y con ellas la rabia. "Otra noche más que no me han matado. Y otra noche más que no me quito a la Sacra de la cabeza." se repetía, dejándose consumir por la hoguera con su crepitar. "Ay Sacramento, por la luna y por el sol, no me cantes, mujer, que nos matan." Pero Sacra seguía mirándose en sus ojos negros y perdiéndose en su letra:

—Quiero sentirme un trocito de ti, y ser tu aire y tu laguna y tu desierto. Quiero bailar en tu pelo y amarrarte y tenerte para mí. Quiero ser la brisa que roce tus pies al caminar, mujer que seas mía aunque seas mi ruina.

Las voces de los hombres se le unían y las palmas acompañaban la voz rota de Sacra, que seguía mirando a Abagail. "Cállate, loca, que no puede ser. Cállate o me arranco a bailar." Abigail le hablaba con el alma, como siempre, sin palabras. Así como siempre lo habían hecho. "Tú si que vas a ser mi ruina, Sacra." y se perdió un momento más en el fuego, deseando quemarse con él. Las voces se elevaban y Abigail no pudo más. Se levantó, poniendo los brazos en jarras y tirándose el chal a los codos.

Sacra ya la estaba mirando cuando empezó, entre vítores y alabos, a soltarse el pelo. La noche misma era su cabello con las estrellas pintándose en movimiento y su rostro encendido de hoguera. Las manos que querían arrancarle a Sacra un beso, una caricia, se movían de un lado a otro, mientras sus piernas pisaban y hacían temblar la tierra. Otro giro más y ya le estaba enseñando a todos las vueltas de su falda. Su piernas, temblorosas al principio se movían al compás del fuego. Con cada vuelta hacía diana con los ojos de Sacra. El marido de Abigail la miraba de lejos y se preguntaba si aquella vez el niño de su vientre nacería o se lo llevaría la luna de nuevo. Al ritmo de la voz de Sacra, la gitana bailaba alrededor de la hoguera y mostraba sus rizos al poblado entero sin ningún tipo de vergüenza. Los flecos del chal, el vuelo de la falta y su corazón se contoneanban como el mismo fuego de la hoguera.

"Un días más que no nos han matao, Sacra. Una noche más que me muero por tocarte. Si la ley gitana no nos mata, nos comeran las llamas de esto que siento cuando bailo para ti".

Comentarios

  1. Muy sentida. Cuantas personas de etnia gitana habran sufrido lo que sufre Abigail

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