El pacto



El humo del incienso trepaba por las paredes y se deshacía en el techo. Una fresca tarde de primavera anunciaba una noche que que aún no había hecho su tímida aparición. Las las llamas de las velas bailan y se preparan para la gran invocación. En el suelo, ella había pintado un círculo de tiza las líneas que formaban el sello preciso. Él había colocado todos los útiles necesarios, el mantel de la mesa que les serviría para colocarlo todo. Astrid suspiró, sabiendo que debía disipar toda duda de su mente antes de continuar. Se echó el velo escarlata sobre el rostro y Alexis la imitó con una gasa negra carbón. Astrid se preguntó con cierta diversión como su amigo y compañero podía resistir ahí dentro. 

El ejercicio debía realizarse con absoluta precisión. Ambos se conocían desde hacía años pero era indispensable que llevaran sus caras veladas. La orden no les había dicho el verdadero motido. Aquella tarde realizarían el último movimiento de una melodía que duraba años de entrenamiento. Se desnudaron y comenzaron a purificarse. Habían trabajdo tanto tiempo así que el pudor ya no era parte de su relación. Las bromas acerca de los lunares de forma curiosa o las partes del cuerpo que se encogían con el frio eran parte del pasado. Astrid le pintó las marcas correspondientes a su compañero con un labial rojo. Alexis hizo lo mismo con un caboncillo para pintar los símbolos en el cuerpo de su compañera. Le dieron un último repaso a la estancia antes de que se conviertiera en templo.

Astrid comenzó a girar en círculo y marcaba con el contoneo de caderas un espacio que parecía estar rodeado de llamas danzantes. Sus piernas parecian serpientes reptando los símbolos pintados en el suelo. Alexis la miraba a través del velo y cuando terminó le tendió las manos para que ambos formaran un círculo alrededor del altar. Astrid despegó sus labios para comenzar a invocar:

—Astothzid, te llamamos. Surge de entre la penumbra y acude a este rito.—

—Astothzid, te llamamos, guardián del tiempo. Rey entre reyes, venerable, acude a este rito—proclamó él.

—Astothzid, te llamamos, asciende para revelar las líneas de la memoria.—pidió ella.

—Astothzid, te llamamos, y te pedimos que nos traigas el sueño lúcido de ver entre vidas—terminó él.

Un soplo de aire se apoderó del espacio entre mundo y silencio de la sala. Las llamas de las velas titilaron. Entre sus manos se condensó una energía y con cierta incredulidad comenzaron a mirarse, preguntándose si el demonio al que habían llamado se habría presentado o si aquello que venían con los ojos o de su mente les estaba jugando una mala pasada.

Contuvieron el aliento en el tiempo que no era tiempo y Alexis le presentó sus respectos al invitado. Astrid hizo lo mismo. Ambos recitaron de memoria el pacto que se les había pedido que aprendieran hacía una semana. En aquel preciso instante, se dieron cuenta de cuán comprometedor era aquel pacto.

Se sintió un frío recorriendo la espalda de ambos. Astrid pensó que era un criatura bella: en su mano izquierda sostenía un reloj de arena y en la derecha una guadaña. Llevaba el cabello negro como un tizón recogido en la nunca y sus ojos desprendían un fulgor de llamas azules. Se preguntó si Alexis estaba percibiendo de la misma manera al señor del tiempo, ya que su compañero no era tan sensible. Cuando terminaron ambos escucharon en su mente:

"Soy Astothzid, dueño y señor del tiempo. A mis cortes le pertenecen la líneas de la memoria." y ambos le vieron girar su reloj de arena de forma juguetona."Vosotros, magos, que habéis acudido hasta aquí, contáis con mi colaboración".

Astrid se dio cuenta de que una correinte de energía se estaba gestando entre ambos. Alexis la miró y contuvo la repiración y las ganas de quitarse el velo. Astothzid comenzó a dibujar un símbolo frente a ellos. Una especie de flor de cuatro pétalos encerrada en un círculo.

"Y si decidís tomar éste símbolo, los dos quedaréis atados a través del tiempo y del espacio. ¿Estáis de acuerdo? Voy grabar el símbolo en vuestra alma, tal y como me habéis pedido con vuestro pacto."

Era hora de decir sí o no. Era hora de terminar aquel ritual que tanto tiempo, esfuerzo y estudio les había costado. Sus maestros de la orden estarían orgullosos cuando les contaran los resultados. Astrid miró a Alexis y sin palabras, ni movimiento de cabeza ni gestos, afirmó. El lenguaje de sus almas hizo el resto. Alexis pudo ver a través del velo los ojos de su compañera, de aquella que había caminado con él todos estos años. Se planteó si de verdad quería saltar a vacío de esta brutal forma con ella. Y los ojos de Astrid le devolvieron la mirada a través de la gasa y se disiparon todas las dudas. 

"Bien entonces" proclamó Astothzid. Y con un su guadaña comenzó a trazar en los brazos derechos de los jovenes el símbolo que les permitiría saltar entre vidas.

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Alexis se levantó aquella mañana con dolor de cabeza. La fiesta en la piscina de su mejor amigo había sido demasiado fuerte incluso para él. La ciudad de Barcelona se despertaba como si aquella fiesta no hubiera sucedido nunca. Alexis se dio cuenta de que en la muñeca le ardía un tatuaje. ¿En qué momento su amigo había contratado un tatuador? No tenía ni idea, pero al menos el símbolo era bonito. Una extraña flor.

El sol se colaba entre las cortinas hasta rozar el rostro de Astrid. Había bebido demasiado en la fiesta de la universidad. No estaba acostumbrada a tanto jolgorio, pero desde que lo dejó con su novio, era su forma de pasar el sábado noche. Se fue al baño y se lavó la cara y dio cuenta de que tenía un tatuaje que no recordaba haberse hecho. Pensó en atravesar Granada entera para buscar a su mejor amiga e interrogarla, pero estaba demasiado cansada. Entonces recordó que tenía el teléfono para llamarla. Tenía que preguntarle a Melissa qué diablos era aquella cosa y cuándo se lo había hecho. Y esperaba que tuviera una buena explicación.

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