Dejarse caer desde un precipicio tal alto como un décimo piso
Sedienta y seca por dentro, de tanto ponerme al límite del sufrimiento. Renunciando a buscarme a mí misma y permitíendome vencer por la oscuridad una y mil veces más esta tarde. Sabiendo que no hay vela lo suficientemente potente para que me muestre un resquicio de las paredes, llenas de telarañas y polvo, por cierto, por no cuidar mucho de ellas, de esa habitación en la que me debería haber rendido. Sí, barroca y compleja, con mis lados angulares y mis espadas en guardia. Pero el guerrero también debe aprender a reconocer a sus verdaderos adversarios y dejarse de gilipolleces. De mierda y autodestrucción, de ponerse firme y erguido, sabiéndose un ser valeroso y dispuesto a salir media batalla consigo mismo y después con el mundo. Luchar, algo tan olvidado y conocido como el respirar, como las palabras a las que tanto amo, otro más de mis actos divinos frente al espejo. Siendo orgullosa y arrogante, pero capaz de llenar la maleta de tres cosas y poner los pies en mi camino, me adentro ...